Candela dejó un mensaje
La sociedad argentina debe reaccionar -cada vez con más firmeza- frente al mal absoluto de la violencia, los secuestros y la trata de personas, la pedofilia, el crimen mafioso y el narcotráfico.
En un país donde desaparecen tres niños por día en promedio, según la denuncia de la organización Missing Children, el secuestro y asesinato de Candela Rodríguez, que tuvo en vilo a la sociedad argentina durante 10 días, podría ser considerado un hecho más en esa larga lista de delitos aberrantes que ocurren desde hace mucho tiempo y ocupan los principales espacios de los medios de comunicación.
Ocurrió que esta vez, por circunstancias especiales, el caso tuvo un gran impacto nacional, lo que hizo que prácticamente la sociedad toda se interesara y mostrara su disposición a colaborar con las fuerzas policiales y de la Justicia, para dar con el paradero de Candela, cuya investigación aparecía en principio como un típico secuestro. No fue así y ocurrió lo peor, lo que más se temía, ya que la joven de 11 años fue asesinada una semana después de su desaparición, con signos de haber sido golpeada y asfixiada.
¿Cómo se pudo llegar a ese extremo, ya que ella no puede ser considerada responsable de ningún hecho que justifique o explique semejante represalia? ¿Por qué fallaron las tareas de prevención e inteligencia, si el entorno familiar de Candela poseía antecedentes de tener vínculos con actividades tan siniestras como el narcotráfico y los "piratas del asfalto"? ¿Por qué durante una semana el investigador judicial y las fuerzas policiales dieron muestras de estar desorientados y seguir varias pistas al mismo tiempo? ¿Por qué en fuentes de la Fiscalía de Morón se desconocían los mensajes mafiosos que aludían a la posibilidad de la muerte de la joven, si no se cumplían ciertas exigencias?
Existen demasiadas preguntas cuyas respuestas parecen sacudir la eficiencia de la Policía Bonaerense, permanentemente sospechada de tener lazos con lo peor de la sociedad. A partir de allí, el asesinato de Candela salpica también a la política de seguridad del distrito más peligroso del país en esa materia: la provincia de Buenos Aires. Las autoridades nacionales, que habían prometido una cruzada contra estos delincuentes, con el despliegue incluso de fuerzas de la Gendarmería Nacional en el conurbano bonaerense, tampoco quedan exentas de ese grave cargo que parece formularles la sociedad.
Lo grave es que la reiteración de estos delitos atroces demuestra que hay una subcultura de la violencia y del desprecio por la vida y los derechos humanos que se está enraizando en la sociedad de un modo cada vez más alarmante.
Hay que condenar en forma categórica el crimen de Candela Rodríguez, como todos los hechos de similar naturaleza y dimensión.
La sociedad argentina debe reaccionar –cada vez con más firmeza– frente al mal absoluto de la violencia, los secuestros y la trata de personas, la pedofilia, el crimen mafioso y el narcotráfico. Y convertirse en vigía incorruptible de las tareas indelegables del Estado.