Camino a la destrucción de la moneda
Con nuestra habitual pasión nacional por ubicarnos casi siempre en las posiciones extremas del oscilante péndulo de ideas -sin contemplar los equilibrados puntos medios...
... el gobierno nacional parece haber elegido el camino que más rápido nos llevará a la desaparición de nuestra moneda.
La reforma de la Carta Orgánica del Banco Central que permitirá emitir más de 100.000 millones de pesos para financiar el creciente déficit fiscal, como disponer de las reservas en divisas para pagar deuda pública o importaciones de energía por caso, ha abierto las puertas para repetir dolorosas experiencia ya vividas en el pasado.
Las no tan lejanas décadas del ‘70 y ‘80 del siglo XX fueron un ejemplo del desmanejo fiscal y monetario que parece haberse olvidado. Aquellas políticas condujeron a altísimas inflaciones, a más del 100% anual durante el gobierno militar y directamente a la hiperinflación en el gobierno de Alfonsín, situación que lo obligó a anticipar la entrega del gobierno en 1989.
Hiperinflación que asomó de nuevo a fines de 1990 y comienzos del año siguiente, desembocando en la sanción del régimen de la convertibilidad monetaria como único medio de evitar la propagación del nefasto fenómeno.
Pero aún en una situación en que las normas que regulan el funcionamiento monetario permitan amplia libertad para emitir moneda y determinar el monto conveniente de reservas, será la prudencia de las autoridades lo que prevalezca.
Será la decisión de las autoridades del Banco Central (o del Poder Ejecutivo), de quien ahora dependen, los que deciden en qué magnitud se hará. Nadie dice que el funcionamiento de la economía no requiera que la emisión de dinero acompañe las necesidades del crecimiento de la economía y la demanda del público, pero lamentablemente no parece ser ese criterio de prudencia el que guía la conducta de la Presidenta del Banco Central.
Su euforia luego de la modificación de la Carta Orgánica y sus más que discutibles afirmaciones realizadas no pueden menos que preocupar hondamente.
Ha dicho la Señora Marcó del Pont que "es totalmente falso decir que la emisión genera inflación", o que "descartamos que financiar al sector público (emitiendo) sea inflacionario, porque según esa afirmación los aumentos de precios son por exceso de demanda, algo que no vemos en la Argentina".
Siguiendo con sus excéntricas opiniones, señaló que solamente en la Argentina se mantiene la idea de que la expansión de la cantidad de dinero genera inflación. A esas palabras, la verborrágica funcionaria sumó acciones muy elocuentes. En el BCRA, en una de sus paredes, se podía leer una inscripción que decía: "Es misión primaria y fundamental del BCRA preservar el valor de la moneda", calificada de máxima "neoliberal" debida a Cavallo, cuando en realidad se trataba de lo expresamente establecido en la Carta Orgánica.
Pues bien, la funcionaria declaró que apenas se promulgara la nueva Carta sacaría ese cartel, cosa que hizo antes de que el acto legal se produjera. Asegura que colocará otro cartel con los nuevos objetivos, pero como estos son varios y sin prioridad entre ellos, será interesante ver cómo los coloca.
Para coronar tales dislates, agregó que "con la reforma empezamos a bajar unos cuantos cuadros del Banco Central, como el de Milton Friedman" (premio Nobel y expresión del liberalismo económico).
Todo esto sería grotesco si no fuese que más bien anuncia tiempos muy difíciles. Recordemos lo que cualquier manual de economía dice, que son tres las funciones básicas de la existencia de una moneda: medio general de pago, unidad de cuenta y reserva de valor.
Al menos, desde que se aceleró la inflación en 2007, el peso dejó de ser reserva de valor y la mejor demostración es el control fiscal y policial que impide a las personas comprar dólares. Si alguien quiere comprar o vender un inmueble pregunte en qué moneda se fija el precio.
Parecería que, una vez más, hemos iniciado el camino de la destrucción de nuestra moneda, porque en nuestro país, según el Gobierno, no hay inflación, hay "tensiones de precio".
La reforma de la Carta Orgánica del Banco Central que permitirá emitir más de 100.000 millones de pesos para financiar el creciente déficit fiscal, como disponer de las reservas en divisas para pagar deuda pública o importaciones de energía por caso, ha abierto las puertas para repetir dolorosas experiencia ya vividas en el pasado.
Las no tan lejanas décadas del ‘70 y ‘80 del siglo XX fueron un ejemplo del desmanejo fiscal y monetario que parece haberse olvidado. Aquellas políticas condujeron a altísimas inflaciones, a más del 100% anual durante el gobierno militar y directamente a la hiperinflación en el gobierno de Alfonsín, situación que lo obligó a anticipar la entrega del gobierno en 1989.
Hiperinflación que asomó de nuevo a fines de 1990 y comienzos del año siguiente, desembocando en la sanción del régimen de la convertibilidad monetaria como único medio de evitar la propagación del nefasto fenómeno.
Pero aún en una situación en que las normas que regulan el funcionamiento monetario permitan amplia libertad para emitir moneda y determinar el monto conveniente de reservas, será la prudencia de las autoridades lo que prevalezca.
Será la decisión de las autoridades del Banco Central (o del Poder Ejecutivo), de quien ahora dependen, los que deciden en qué magnitud se hará. Nadie dice que el funcionamiento de la economía no requiera que la emisión de dinero acompañe las necesidades del crecimiento de la economía y la demanda del público, pero lamentablemente no parece ser ese criterio de prudencia el que guía la conducta de la Presidenta del Banco Central.
Su euforia luego de la modificación de la Carta Orgánica y sus más que discutibles afirmaciones realizadas no pueden menos que preocupar hondamente.
Ha dicho la Señora Marcó del Pont que "es totalmente falso decir que la emisión genera inflación", o que "descartamos que financiar al sector público (emitiendo) sea inflacionario, porque según esa afirmación los aumentos de precios son por exceso de demanda, algo que no vemos en la Argentina".
Siguiendo con sus excéntricas opiniones, señaló que solamente en la Argentina se mantiene la idea de que la expansión de la cantidad de dinero genera inflación. A esas palabras, la verborrágica funcionaria sumó acciones muy elocuentes. En el BCRA, en una de sus paredes, se podía leer una inscripción que decía: "Es misión primaria y fundamental del BCRA preservar el valor de la moneda", calificada de máxima "neoliberal" debida a Cavallo, cuando en realidad se trataba de lo expresamente establecido en la Carta Orgánica.
Pues bien, la funcionaria declaró que apenas se promulgara la nueva Carta sacaría ese cartel, cosa que hizo antes de que el acto legal se produjera. Asegura que colocará otro cartel con los nuevos objetivos, pero como estos son varios y sin prioridad entre ellos, será interesante ver cómo los coloca.
Para coronar tales dislates, agregó que "con la reforma empezamos a bajar unos cuantos cuadros del Banco Central, como el de Milton Friedman" (premio Nobel y expresión del liberalismo económico).
Todo esto sería grotesco si no fuese que más bien anuncia tiempos muy difíciles. Recordemos lo que cualquier manual de economía dice, que son tres las funciones básicas de la existencia de una moneda: medio general de pago, unidad de cuenta y reserva de valor.
Al menos, desde que se aceleró la inflación en 2007, el peso dejó de ser reserva de valor y la mejor demostración es el control fiscal y policial que impide a las personas comprar dólares. Si alguien quiere comprar o vender un inmueble pregunte en qué moneda se fija el precio.
Parecería que, una vez más, hemos iniciado el camino de la destrucción de nuestra moneda, porque en nuestro país, según el Gobierno, no hay inflación, hay "tensiones de precio".