Cameron en sus mejores Diaz
*Por Leonardo M.D’Espósito. Interpreta a una maestra sin escrúpulos, que no duda en hacer una colecta entre sus alumnos para hacerse las tetas. Sin embargo, detrás de esta mujer despiadada hay un ser que entiende cómo funciona el mundo. Un rol insuperable.
Notamos por primera vez a Cameron Diaz hace mucho tiempo, cuando eraa la pulposa cuasi adolescente que acompañaba a Jim Carrey en La Máscara.
Quizás uno ya no recuerde tanto la película –que fue un éxito– como la aparición en vestido breve y rojo, contoneándose y bailando pura sonrisa (su sonrisa parece requerir dos pantallas en lugar de una). Por alguna razón difícil de precisar, los espectadores –no sólo masculinos– supimos que esa chica tenía futuro. No llegaba todavía a los 20 años.
El tiempo dio la razón de modo absoluto: Cameron Diaz es la demostración absoluta de que estrella se nace, no se hace. Y también es la demostración de que la mejor manera de sobrevivir más allá de ser una chica sexy es reírse de ser una chica sexy.
Algo que es demasiado notable (pero pocos dicen) es que esta rubia es una de las mayores actrices cómicas de la actualidad, alguien que tomó el modelo de la blonda boba para darlo vuelta como un guante.
Prueba número 1: Loco por Mary. Ahí Diaz es tan dulce, hermosa, amorosa, perfecta que enloquece (literalmente) a varios hombres (entre ellos, Matt Dillon y el antihéroe del film, Ben Stiller). Recordará el espectador que la señorita se peina el jopo con semen, por ejemplo, en un gag que está en la antología del humor escatológico. Y sigue como si tal cosa. Allí hay un estilo que se resume en el personaje de la chica imposiblemente hermosa que "no se da cuenta" de la mugre que la rodea.
Como una Buster Keaton de la pasarela, es inmune a las pasiones que despierta.
Prueba número 2: La cosa más dulce. No, no es una gran película, tiene sus errores (el más importante reside en la falta total de carisma de los protagonistas masculinos) pero ahí la señorita Diaz perfecciona el rol de "soy-hermosa-pero-no-me-hagocargo" al lado de dos grandes comediantes: Selma Blair y Christina Applegate (el momento en que la Blair queda trabada en medio de una fellatio y le cantan una canción sus vecinos para que relaje la garganta debe figurar en la antología de la comicidad universal).
Prueba número 3: ¿Quieres ser John Malkovich?, donde se afea, es la pareja de John Cusack y termina tiernamente enamorada –uno de los romances más increíbles del cine– de Catherine Keener.
Despeinada, con la piel hecha un desastre, tímida y triste. Andá y hacelo, si podés.
Prueba número 4: Un domingo cualquiera.
Es la jovencísima dueña de un equipo de fútbol americano: el entrenador es Al Pacino. Lo putea a Pacino, le pelea, le discute, lo zamarrea. En un momento, con el aplomo de alguien que se sabe invulnerable, entra a un vestuario lleno de gigantes desnudos ("desnudos" implica que ella le pregunta amablemente a un señor con el pene al aire dónde está otro de los jugadores).
Sólo una persona como Cameron Diaz puede hacer eso.
Prueba número 5: las dos Los Ángeles de Charlie. Que son, claro, parodias del cine de acción llevadas al extremo del disparate.
Ahí la Diaz demuestra que actúa con todo el cuerpo: los grandes actores del cine de Hollywood son los que nos hacen creer –por ejemplo– que esquivan balazos arriba de una moto que vuela a 10 metros del suelo, cuando no hay moto, no hay balazos, y están a tres centímetros. Y todo, encima, protagonizando varios números musicales.
Pegar patadas y bailar, en el cine que vale la pena, es más o menos lo mismo.
Y podemos seguir ad infinitum multiplicando pruebas: la gran lumpen de Pandillas de Nueva York, el extraordinario trabajo de voz que logra que uno crea en la princesa Fiona de Shrek, la alegre libertina de En sus zapatos o la enamorada a pesar suyo de El descanso (gran dúo in absentia con Kate Winslet). Y ahora, finalmente, el rol para el que nació: Cameron Diaz es Elizabeth Halsey, mujer y educadora (lo segundo es relativo) en Malas enseñanzas.
Elizabeth es mala. Pero mala en serio: quiere casarse por plata y su novio –un tarado con madre harpía– rompe el compromiso.
En sus clases duerme (la mona: por lo general chupa y se droga durante ellas) mientras pasa una película en la que alcanza que haya un colegio (los pibes de primaria terminan viendo Scream) para tener la coartada de la "educación".
Miente, roba, usa a los chicos para conseguir plata –quiere hacerse las tetas para conquistar a un nuevo maestro, a la sazón millonario, interpretado por Justin Timberlake– y tiene como rival a una maestra buena onda y simpática (demasiado simpática) interpretada por Lucy Punch (la prostituta de Encontrarás al hombre de tus sueños). Ese personaje, la señorita Squirrel (sí, "ardilla") es la suma del fascismo simpático, de la represión venenosa, de la sonrisa que transviste al lobo feroz.
Es la desesperación de alguien que utiliza la bondad como argumento y el egoísmo como norte. Elizabeth no, ella es anarquismo puro y no hace nada –nada– por ocultarlo (salvo, claro, lo que le salve el cuello y le permita mantener el trabajo). Pero es incurable: en un momento, los niños, para juntar dinero, hacen un "lavado de autos".
Ella aparece con shorts de jean, camisa atada y poses eróticas (un exitazo, claro, y se queda con parte sustancial de la recaudación).
Para conseguir finalmente que su curso sea el mejor del estado (no, no es que se le despierta la conciencia: es que eso implica ganar un bono de casi 6.000 dólares y sumar para las tetas nuevas), apela a toda clase de bajezas. Pero, he aquí la paradoja, es la persona que tiene razón finalmente: los maestros son imbéciles, los hombres son lascivos o idiotas y las "maestras buena onda" esconden el costado más perverso y represivo de eso llamado corrección política. El huracán Cameron arrasa con todo. Se le nota en la cara que no es una adolescente y le importa un pito.
Y también se le nota que es una enorme puteadora (hay que escuchar la película en inglés para comprender hasta qué punto usa la prosodia como arma cómica). Y, finalmente, se le nota haber descubierto –tras el camino de muchos films– que el asunto de las curvas y la pose "sexy" es un puro artificio carente de mayor peso. Para ejemplo, la increíble escena de sexo con el personaje de Timberlake. Presten atención al gesto de ella cuando él está por acabar (juramos que no, no estamos adelantando nada ni rompiendo ninguna sorpresa de la película). El mundo de lo políticamente correcto, de las reglas, del amor puro, etcétera, es una farsa: los que tienen un cacho de calle (Cameron, pero también el profesor de gimnasia que interpreta el corpulento Jason Segel, un genio) saben que no basta con aprender a sumar, restar y las capitales del mundo; que afuera es una jungla. Vean cómo le explica al "chico sensible" del grado que la "chica linda" es una pelotuda y que él nunca, jamás, le va a gustar. Que se deje de hacer el ridículo, vamos.
Y vean la mano (las dos manos) que le da, en una secuencia notable, un diálogo que sólo puede decir así Cameron Diaz. Es que la escuela no es el mundo: el mundo, allá afuera, es una jungla. Y, como en toda jungla, terminan reinando personas como Elizabeth-Cameron, una verdadera (y en defintiva, noble) bestia.