Cambio
Por Hugo Caligaris* "¡Más cambios! ¡Ese es el nombre del futuro! Yo creo en el cambio. En esa profundización del cambio estamos todos comprometidos."
(De la presidenta Cristina Kirchner al inaugurar una fábrica y aprovechar la oportunidad para hacer campaña, burlando la veda electoral.)
Los políticos piensan que "cambio" es una palabra que trae suerte. Les atrae, sobre todo, su estructura fonética: esa "a" sólida de la primera sílaba coronada por una cómoda consonante bilabial, más el diptongo saltarín de la sílaba "bio", que anuncia el baile que trae aparejado todo cambio, con su cuota de incertidumbre y alegría. Decir "cambio" y presentarse como encarnación del cambio es algo que estimula y divierte a los candidatos. El hecho de que estén dispuestos a cambiar muy poco y de que ellos sigan siendo los mismos de siempre les resulta accesorio. Mientras repitan "cambio, cambio" como los "arbolitos" de Florida consideran que todo está bien y que la gente no tendrá más remedio que votarlos. Incluso Alfonsín, que se parece a Alfonsín como dos gotas de agua, se aferra al talismán de la palabra "cambio" para tratar de explicarles a los argentinos por qué quiere ser presidente en lugar de preguntarse por qué ellos podrían estar dispuestos a que lo sea.
Ahora, que un presidente o presidenta que quiere que lo elijan de nuevo se declare partidario del cambio eso sí que es raro. Raro, pero no inexplicable. Cuando Cristina dice: "¡Cambiemos, vótenme otra vez!", no se refiere a que echará a Moreno o que en adelante cambiará el hábito de hacer la vista gorda con el uso del dinero para viviendas sociales. Esas son cosas secundarias. Lo que intenta expresar es que el país está cambiando gracias a ella y que el cambio, que ella ama tanto, sólo será posible si el sillón y la banda continúan en sus manos.
Es el gatopardismo al revés: en lugar de cambiar para que nada cambie, no cambiar para que todo siga cambiando. "Yo soy el cambio. El movimiento se ha demostrado andando", dice. Cuatro años más en el gobierno le darán un buen margen para que la Argentina, o lo que quede de ella, cambie al extremo de lo irreconocible.