¿Calidad o cantidad?
* Por Dante Augusto Palma. La nena de 2 años que se encuentra en estado vegetativo irreversible y la posibilidad de sancionar una ley que pueda dar el marco adecuado para resolver estos casos.
El conmovedor relato de Selva Herbón, la madre de una nena de 2 años que se encuentra en estado vegetativo irreversible y que exige al poder legislativo que sancione una ley nacional que pueda dar el marco adecuado para resolver estos casos sin tener que depender de la discrecionalidad valorativa de médicos y jueces, ha hecho que el debate acerca de la dignidad de la vida y de la muerte vuelva a estar en la agenda pública.
Más allá de que, como suele ocurrir con la gran mayoría de los temas, el tratamiento mediático apunta más al detalle morboso, a la sanción moral, y a generar pseudo debates en los que siempre los invitados defienden posiciones extremas, el contexto político y cultural de la Argentina parece hacer determinados guiños hacia la posibilidad de sancionar una ley nacional que tiene antecedentes provinciales en Neuquén y Río Negro.
Sin embargo, también puede ser una gran ocasión para repensar una cantidad de preguntas que giran en torno a esta problemática además de clarificar algunas de las categorías en juego. La primera es una pregunta de carácter filosófico acerca de la sacralidad de la vida. ¿Se puede decir que la vida es sagrada y que, en tanto tal, el deber del médico y del Estado es defenderla siempre y bajo cualquier circunstancia? Si bien una respuesta apresurada podría afirmar que así debiera ser, encontramos varias situaciones que moral y jurídicamente plantean serios inconvenientes. Si tomamos el caso de la discusión en torno a la despenalización del aborto, los que se oponen a la legalización dicen basarse en la sacralidad de la vida desde la concepción. Sin embargo, aun una ley profundamente restrictiva como la argentina, entiende que es legal abortar en determinados casos, como ser, por ejemplo, la violación sobre una mujer idiota o demente (lo que se conoce como aborto "eugenésico").
Otra situación donde la sacralidad de la vida parece tornarse borrosa es cuando sucede una muerte en situación de legítima defensa. Si un ladrón me dispara cinco veces y su mala puntería hace que yo pueda darle muerte luego, seguramente tendré un juicio pero saldré absuelto. Huelga mencionar, por último, los grupos que a lo largo del mundo se oponen a la despenalización del aborto pero abogan por la pena de muerte como castigo ante determinados delitos. Se muestra así que la vida es sagrada pero parece que no siempre, con lo cual cabe preguntarse si tiene sentido seguir hablando en estos términos.
Esto, claro está, nos lleva a repensar los criterios en los cuales el principio de la vida sagrada podría quedar subsumido. En esta línea se encuentra la discusión entre cantidad y calidad de vida. En otras palabras, ¿siempre se debe priorizar la cantidad? Esto es, ¿un médico debe hacer todo lo posible para mantener una vida aun cuando eso suponga someter al paciente a situaciones de extremo padecimiento y se sepa que no es posible evitar su muerte? Aquí es donde aparece el valor de la calidad de vida. Pareciera entonces que cuando se habla de muerte digna lo que entra en juego es el valor de la calidad por sobre la cantidad.
Ahora bien, más allá de estos interrogantes profundos cabe hacer algunas disquisiciones más técnicas especialmente porque en este debate la precisión es clave. Por ello, en primer lugar es necesario indagar en las razones por las que no se habla directamente de "eutanasia", cuando, al fin de cuentas, el término griego del que proviene la palabra significa "buena muerte". La diferencia parece menor pero no lo es pues la eutanasia se asocia con el acto de interrumpir una vida adelantándose al proceso natural que hubiera derivado en la muerte. Esto suele hacerse a través de algún tipo de inyección letal o vía la ingesta de alguna sustancia que resulte mortal. Esta forma de dar muerte, que algunos llaman "eutanasia activa", sólo está permitida en Holanda y Bélgica y tiene la dificultad de implicar la acción de un otro, sea médico o familiar, algo que comparte con el "suicidio asistido", si bien en el primer caso la acción médica es directa y en el segundo es indirecta, generalmente, a través de una prescripción médica que autoriza al paciente a adquirir la sustancia con la que él mismo se quitará la vida. Pero este no parece ser el caso de la mayoría de los proyectos que circulan a nivel nacional y provincial en la Argentina. Si se toma el que ha alcanzado más notoriedad, esto es, el proyecto de muerte digna presentado por el senador nacional Samuel Cabanchik bastantes meses antes de que saliera a la luz el caso de Selva Herbón, se observará que se intenta marcar una diferencia clara con la eutanasia activa. Según este proyecto, de lo que se trata es de, sin caer en el corte abrupto (eutanasia), evitar la prolongación irracional del proceso de la muerte de un paciente (distanasia). Esto último se vincula con que existen casos en los que el privilegio de la cantidad de vida se hace sobre la base del encarnizamiento terapéutico.
En el proyecto mencionado, frente a la medicalización de la vida y al paternalismo médico que eleva a estatus de "divina" la palabra del galeno, se hace un claro énfasis en el principio liberal de la autonomía del paciente. Asimismo, para los casos en los que este no se encuentre en condiciones de poder afirmar su voluntad, se prevé la figura del Testamento vital, esto es, la posibilidad de dejar expresada su decisión por escrito ante autoridad competente y la necesidad de nombrar un representante para que controle el cumplimiento de la misma. Tal declaración se incorpora a la historia clínica del paciente y este proyecto, no casualmente, hace especial énfasis en los deberes de los profesionales de la salud, deberes que tienen que estar claramente especificados para evitar vericuetos en los que se puedan entrometer creencias que en determinados casos suponen formas de desobediencia civil. En otras palabras, sobre este tipo de problemáticas, es de esperar que los sectores católicos más radicalizados expresen de diversos modos su disconformidad pues, tras haber recibido la gran bofetada del matrimonio igualitario, no parecen estar dispuestos a poner la otra mejilla.
Dicho esto, sería deseable que no ingresen en los debates públicos de un Estado laico consideraciones de índole privada. En esta línea, argumentos tales como "sólo Dios puede quitar la vida" o slogans como "Yo estoy a favor de la Vida", suponen no sólo que del otro lado no hay ciudadanos sino hijos de Satán partidarios de la muerte; también implica introducir aspectos religiosos en un debate sobre leyes que rigen en un Estado moderno cuya característica definitoria es el haberse separado de la Iglesia, a pesar de las diferentes formas en que los impuestos de los ciudadanos (creyentes y no creyentes) van a parar a los sueldos de los obispos y a los subsidios a instituciones religiosas. Asimismo es de esperar que estos sectores ultracatólicos que no son ni marginales ni se encuentran ajenos a las dirigencia episcopal, vean en esta discusión sobre la sacralidad de la vida el paso previo a la apertura del debate que consideran más sensible: la despenalización del aborto. En esta línea, si el proyecto del matrimonio igualitario hizo que el supremo cardenal se crispe y en vez de llamar al diálogo convoque a una "Guerra de Dios", resulta difícil imaginar lo que será la nueva reacción y el costo simbólico que tendría el reconocer que un ser perfecto puede perder una guerra.
Por otra parte no faltarán, quizá, discusiones que son relevantes aunque no morales, sino técnicas, respecto del modo en que el avance de la medicina hace que las fronteras sobre las cuales nos basamos para determinar que alguien está en situación irreversible o clínicamente muerto, son móviles, se van modificando y, lo que es peor, en algunos casos, son controvertidas. Se trata de un caso similar a lo que implica el avance de la neonatología por la cual, por ejemplo, si uno de los criterios a tener en cuenta en la discusión sobre despenalización del aborto, es la autonomía del bebé, hoy día es posible salvar una vida fuera del útero mucho antes que lo que ocurría hace veinte años. El avance de la ciencia, seguramente, necesitará de una legislación permeable a los cambios, pero si bien estas cuestiones técnicas son importantes, no deben ser determinantes pues, al fin de cuentas, lo que consideramos "vida", "muerte" o "persona" no responde a una naturaleza dada a la cual accedemos a través de la tecnología, sino que son categorías históricas que reciben múltiples interpretaciones en diferentes comunidades y diferentes épocas. Por ello, dependen más de nuestro horizonte cultural que de un presunto dato objetivo e inequívoco de la realidad biológica.