Cacerías mediáticas
Tanto las celebridades como el público que quiere fisgonear en sus vidas deben reflexionar sobre el valor de la intimidad.
La vida de los artistas siempre ha sido motivo de interés para el gran público, por razones que están a la vista: a lo largo del tiempo, han sabido granjearse el cariño y la curiosidad del público, que no sólo se interesa por sus trabajos artísticos, sino también por sus logros personales.
La llamada "prensa del corazón" es un género periodístico lícito y transitado aquí y en todas partes del mundo; una suerte de acogedora playa donde el lector o el televidente acuden después de haber navegado por el mar tempestuoso de las noticias duras de la política, la economía y las informaciones policiales nacionales y del exterior. Debiera ser, por eso, siempre un remanso, donde lo ligero y lo frívolo conjuguen el esparcimiento con las noticias de las figuras más relevantes del cine y la TV.
Así como a los niños los entusiasman los cuentos de príncipes y princesas, al ir creciendo las noticias sobre las celebridades ocupan ese espacio de ensoñación que alegra cuando las novedades son luminosas (bodas, nacimientos y bautismos) y entristecen cuando son dramáticas (accidentes, muertes o cualquier otro tipo de adversidad). El chimento que no invade la privacidad ni cae en innecesarias procacidades también aporta su grano de arena a la hora de transitar uno de los capítulos predilectos de la prensa del corazón: los romances y sus derivados no queridos (rupturas e infidelidades).
Sin embargo, desde hace unos años, el género se viene resintiendo de manera ?preocupante: la delación y la mentira, los comportamientos extorsivos y hasta mafiosos de algunos de los principales referentes de este tipo de periodismo están convirtiendo a la "prensa del corazón" en un fango insalubre donde se juega con el prestigio de cualquiera de forma absolutamente desaprensiva.
La circulación, en los últimos tiempos, de un video que mostraba a una actriz y a un ex ministro de Economía besándose dentro de un auto desató un torrente imparable de comentarios maledicentes y versiones disparatadas que no sólo corrieron por las redes sociales debido a la acción de anónimos, sino que fueron especialmente acicateados desde programas de TV y revistas faranduleras. El morbo suscitado porque la dama en cuestión estaba embarazada y flirteaba con un hombre que no era su marido, se prestó a chistes de muy baja estofa y comentarios de una crueldad sin precedentes, como si la vida privada de esas personas fuese un ámbito natural de discusión pública. Lo más paradójico es que no pocos de los que levantaron su dedo acusador muy lejos están de ofrecer un pasado inmaculado. Sin embargo, no les tembló el pulso para interpretar y juzgar severamente el publicitado affaire.
Las cosas definitivamente empeoraron cuando la actriz sometida a tal persistente escarnio perdió a su bebe. A partir de ese momento, la cacería de imágenes de los parientes más directos en sus visitas al sanatorio donde fue internada se convirtió en una cuestión de vida o muerte en la que no faltó nada. Lejos de guardar el debido recato ante el dolor ajeno, movileros y cámaras avanzaron sobre las visitas como jaurías hambrientas. El desparpajo sin límites para echar a correr versiones nunca confirmadas y la crueldad para juzgar conductas de la vida íntima de los personajes involucrados alcanzó ribetes inéditos.
El asedio a los familiares no respetó edades (ni la de la pequeña hija de la parturienta ni la de su célebre abuela). Los flashes implacables fueron sobre ellas, cerrando el paso a sus autos. Se sucedieron así forcejeos, momentos de tensión y hasta de verdadero peligro para la integridad de los curiosos y de la prensa ante los automotores en marcha.
Miembros de la familia contaron cómo, incluso, un fotógrafo se escondió en uno de los baños del sanatorio, con tal de poder conseguir una imagen exclusiva de la intimidad familiar.
El tsunami mediático que desató el episodio cubrió tapas de revistas y alimentó programas enteros de radio y TV. Las usinas chimenteras y las redes sociales funcionaron sin pausa, ávidas de echar más leña al fuego, lo que impidió que los protagonistas de ese drama íntimo pudiesen procesar su dolor en paz.
El proceder tóxico de algunos conductores que la televisión ha sobredimensionado, a pesar de sus discursos y léxicos nefastos, y que han montado una verdadera industria audiovisual y gráfica en torno de estos chapoteos en el barro, agravó más esta página lamentable donde todos los límites fueron groseramente violentados. Y sus repliques no han cesado del todo: el lento regreso a la vida normal de la máxima referente de ese clan familiar fue recibido por impiadosos e innecesarios comentarios.
El episodio debe hacernos reflexionar serenamente como sociedad ya que lo que ocurrió no nos es ajeno: es porque, como público, o lo permitimos por omisión o lo incentivamos por nuestro desmedido interés en fisgonear incluso en aquello que debería haber quedado reservado para la intimidad de los damnificados. También debe ser un llamado de atención para que las celebridades tengan comportamientos más serios, coherentes y discretos, de manera tal de no exhibir jamás actitudes equívocas que puedan activar la voracidad de quienes gozan perversamente de este tipo de lamentables cacerías mediáticas.