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Cabezas: lo que nadie contó

El relato que vas a leer a continuación se le preguntó a Gladys Cabezas, la fiel e infatigable hermana del fotógrafo asesinado. Por Boimvaser.

* Por Jorge D. Boimvaser

info@boimvaser.com.ar

Los más jóvenes lo recuerdan en una nebulosa que mezcla información y terror.  Los más grandes –incluidos los medios-, levantaron una consigna a la que dejaron caer con el tiempo. Decía: No olviden a Cabezas.

Pasó tanto desde aquel sangriento 25 de enero de 1997 que cuesta encontrar la punta de la madeja para iniciar este relato.

La historia de Alfredo Yabrán se cuela entre la bruma del tiempo. ¿Existió en serio este empresario poderoso, o fue una fantasía colectiva? ¿Hubo tanto pánico en la sociedad que el temor a vivir en un Estado impune aceleraron los procesos de amnesia? ¿Cómo, si solo pasaron 15 años del atroz crimen, sus asesinos están ya en libertad como si nada..?

Si todo parece ficción policial, arranquemos recordando un episodio del film de culto "Los sospechosos de Siempre" (The Usual Suspects).  El agente federal Kujan (Chazz Palmintieri) interroga a un estafador semi lisiado, Roger "Verbal" Kint (Kevin Spacey), y lo apura diciéndole: "Yo sé como reconocer a un asesino entre dos sospechosos. Los pongo juntos en una celda, y el que se duerme por la noche es el culpable... se relaja y duerme porque se sabe perdido".

 

Algo de eso ocurre en la realidad carcelaria. Los criminales ya condenados hablan de más en las ranchadas, no tienen mucho más que perder, ya perdieron la libertad. Entonces cuentan historias reales, o próximas a la realidad, y esos relatos trascienden los muros y se cuelan por un entretejido informativo. Y llegan a oídos –en este caso- del autor de este informe.

El relato que vas a leer a continuación, se le preguntó a Gladys Cabezas, la fiel e infatigable hermana del fotógrafo asesinado.

"Sí, me llegó esa versión"  respondió en su momento cuando se la consultó.

La historia que salió de las mismas celdas dice que al comenzar la temporada estival de 1997, Alfredo Yabrán llamó a su jefe de seguridad Gregorio Ríos (un suboficial a quien no le sobraban neuronas precisamente), y le pidió que se encuentre con ese fotógrafo que estaba obsesionado en tomarle una placa en Pinamar, su bunker veraniego. Gregorio Ríos le dijo días más tarde que había estado con José Luis Cabezas (obvio, era mentira), que le pidió 15 mil dólares para olvidarse de sacarle una foto a Yabrán.

El empresario le dio ese dinero a Ríos para que supuestamente se lo entregue al fotógrafo. Hasta que uno de los policías de la región (se dice que la Liebre Gómez), le susurró a Yabrán que Cabezas estaba buscándolo en la zona para consumar la ansiada placa.

Yabrán lo llama Ríos, le pregunta si realmente le entregó ese dinero, y frente a la tozuda afirmación de su jefe de seguridad, el  múltiple empresario le pide hacer una reunión los tres para aclarar el asunto. Dicen quienes lo trataron que Alfredo Yabrán enojado era temerario, aterrador.

O sea: Hablar con Cabezas y preguntarle que más quería si ya tenía el dinero solicitado. Parece absurdo que un hombre veloz y sin escrúpulos en el mundo de los negocios, fuera a tener como hombre de confianza a un tipito de tan pocas luces.

A Ríos no le quedaban muchas opciones. O lo convencía a Cabezas de aceptar una situación que el fotógrafo ignoraba y por cierto nunca aceptaría, o lo sacaba de circulación como fuera.Y ahí empezó a gestar la trama macabra del secuestro, golpiza, asesinato e incendio del fotógrafo en la tétrica Cava de General Madariaga.

Hubo algo de dinero en efectivo (imposible saber cómo fue el reparto entre los asesinos), y promesas a futuro que obviamente nunca pudo cumplir. Cada paso que daba se enterraba más y más en su trama de mentiras y engaños.

Policías asesinos y una banda de criminales borrachos y drogadictos traídos a Pinamar desde los bajos fondos del conurbano (Los Horneros) terminaron de ajustar la macabra conspiración homicida.Los detalles los pasamos por alto por la repugnancia humana que produce el recordarlos.

Se sabe que Yabrán repitió entre su círculo de confianza que él jamás hubiera propiciado una barbaridad como la ocurrida con el desdichado reportero gráfico. "Si yo hubiera planificado algo violento lo habría hecho haciéndolo aparecer como un robo callejero",  decían sus colaboradores más "presentables" como muestra de la inocencia de su jefe.

Todo se desmadró, salió de cauce y tampoco Yabrán cuando supo la realidad de la historia, quiso entregar a Gregorio Ríos a la justicia y salvar su pellejo. Orgullo, vanidad y esas mezclas extrañas de sentimiento como si la fidelidad se basara en la protección de criminales.Esta historia que muestra a un Alfredo Yabrán ajeno al crimen de Cabezas salió de un entorno de amistades primero, y después desde los propios corrillos carcelarios.Todo muy siniestro pero real.

Tan siniestro como que los autores del crimen hayan sido liberados, algunos dicen haberse convertido en pastores evangélicos (Sergio Camaratta, quien levantó un templo en Ostende) pero en las frías arenas de Pinamar siguen engendrando terror, como si su pasado criminal les diese "chapa" de personajes temerosos a quienes hay que respetar y quedar en silencio cuando ellos caminan libremente.

Ese entramado del quien es quien en esta historia lo iremos ofreciendo en nuestras próximas entregas. Solo un detalle final: La familia Yabrán no solo se hizo cargo de la defensa de Gregorio Ríos sino que hasta le abonó por años parte de su sueldo.Hoy los Yabrán enfrentan un juicio millonarios iniciado por Ríos, quien solicita indemnizaciones y otras yerbas como si él hubiera sido la víctima del atroz homicidio de José Luis Cabezas. .No es ficción, aunque parezca increíble. Ya veremos otros aspectos de esta historia.