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¿Buenas nuevas para el mosto?

El plan estratégico para el mosto, similar al que se fijó en su momento para el vino, constituye una iniciativa más que interesante a fin de fortalecer su inserción en los mercados internacionales, y también para la regulación natural, no inducida, en la derivación de la producción anual de la uva.

Poco más de dos décadas atrás, la vitivinicultura argentina atravesaba una difícil coyuntura. Debía superar aquella etapa de priorizar la cantidad por sobre la cantidad, consecuencia propia de un mercado interno que demandaba más de 90 litros anuales per cápita.

Sin embargo, el ingreso masivo de bebidas sustitutas y los cambios de hábitos de la gente comenzaron a generar un quiebre importante. Fue en ese marco de situación que los principales actores decidieron avanzar sobre los mercados internacionales.

El cambio, positivo por cierto, comenzó con una incipiente reconversión de viñedos hacia variedades finas y continuó con la incorporación de tecnología en bodegas, mientras paralelamente los vinos argentinos participaban en concursos internacionales ganando medallas de la mano de las dos variedades insignias: el torrontés, entre los blancos y el malbec, entre los tintos.

Esas medallas abrieron las puertas también a las ferias internacionales y la Argentina comenzó a ganar participación en el difícil y competitivo mundo del vino.

Pero, si bien el avance era importante, la salida de vinos al exterior no alcanzaba para reducir el sobre stock, principalmente de blancos escurridos, mientras paralelamente la política económica argentina no autorizaba medidas como los bloqueos, prorrateos o cupificación que habían sido utilizadas con anterioridad.

De allí que, por iniciativa de los por entonces gobernadores provinciales, se impulsó la diversificación de uvas hacia mosto, como una forma de reducir la presión de los vinos básicos para mantener sus precios y también los de las uvas.

La medida resultó interesante pero, con el correr del tiempo debieron hacerse correcciones que la hicieran más lógica, como el hecho de que, en un principio, se "castigaba" a quienes habían hecho bien los deberes reconvirtiendo sus viñedos.

Aún con una vitivinicultura bien encaminada, la industria decidió establecer pautas a cumplir para mantener ese avance obtenido. Acordó un plan estratégico a veinte años (2000-2020) que en la primera década ya cubrió sus objetivos, por lo que ahora se están fijando nuevas metas y también se están cumpliendo los objetivos de diversificación, especialmente en lo relacionado con el mosto.

La Argentina logró instalarse como el primer proveedor mundial de mosto, en base esencialmente a la calidad del producto. Aunque, también el mosto tiene una difícil competencia a nivel internacional: el jugo de manzana de la China, lo que genera que tenga picos de precios, a lo que se suma una tendencia natural de los productores de priorizar el vino antes que el mosto para la derivación de sus uvas.

Es así entonces que de las 203 mil toneladas obtenidas en 2007 se pasó a 192 mil en 2008; a 105 mil en 2009; a 91 mil en 2010 y a 170 mil toneladas en la actual cosecha. Esas cifras demuestran también que si bien nuestro mosto tiene muy buena calidad y precio, no suele contar con la continuidad necesaria que exigen los mercados internacionales.

Ese es, precisamente, uno de los objetivos a cumplir en el plan estratégico que para el sector están estudiando los fabricantes de mosto junto a la Coviar, la facultad de Ciencias Agrarias, ProMendoza, el Idits, el INTA y el INV. Se realiza también un seguimiento de los mercados a atender y la marcha de las bebidas sustitutas; la intención de mejorar el componente de calidad y la forma de enfrentar las variables de precios que se presentan anualmente.