Brasil se enfría
* Por Ricardo Delgado. El conflicto con Brasil se explica por razones que van más allá de lo comercial.
No se trata solamente de que la Argentina haya impuesto nuevas trabas al comercio en febrero (aumentando el número de productos de origen brasileño afectados por las licencias no automáticas), o de promesas y plazos incumplidos, a pesar de los acuerdos. Esa es apenas una parte de la historia. La otra, quizá más compleja y estructural, es que la economía brasileña ya entró en zona de franca desaceleración, por una decisión política explícita del gobierno de Dilma Rousseff.
El 7,5% de crecimiento de 2010 -el más alto de los últimos 25 años- queda definitivamente atrás y para 2011 el gobierno de Dilma aspira a mover los instrumentos de política económica para que el producto aumente entre 4 y 4,5%. El ministro de Hacienda, Guido Mantega, habla de moderar el crecimiento cada vez que puede.
El freno a la demanda ya está en marcha. El temor a una inflación que se acelera (...al 6% anual!) obligó a abandonar (¿por un tiempo?) los relatos de la campaña presidencial que decían que uno de los mayores problemas para crecer era la fuerte apreciación del real. Por eso, el Banco Central elevó en tres oportunidades las tasas de interés, y así nuevamente Brasil se convirtió en la economía con los mayores rendimientos reales del mundo. Claramente esto fortaleció aún más al real, que perforó la barrera psicológica de 1,60, cuando al asumir Dilma rondaba 1,70.
La suba de las tasas consolida la tendencia previa a un menor crecimiento del crédito, que apenas aumenta al 3% anual, en porcentajes similares a los de la crisis de 2009, afectando principalmente a los préstamos personales. El gobierno, en línea con la decisión de enfriar, habilita escasos nuevos desembolsos a través del BNDES, y también los bancos restringen la colocación de nuevos créditos hipotecarios para las familias.
Lo interesante, sin embargo, es que gran parte del gradual enfriamiento de la economía brasileña está centrado en un pobre comportamiento de la industria, que a diferencia del año pasado, ya está creciendo -y probablemente lo siga haciendo- por debajo del PIB. Se coincide en que el tsunami japonés impactó sobre la provisión de insumos en sectores que dependen críticamente de componentes importados; Japón es un importante proveedor en ese mercado, y además el 80% de lo que importa Brasil son máquinas, equipos y bienes intermedios. No casualmente el efecto Japón se siente más en la producción de bienes intermedios y piezas y accesorios para bienes de capital, que muestran las mayores caídas.
Esta causa, aunque transitoria por definición, se agrega a otras más permanentes, como las huelgas que afectaron a la industria automotriz, a una comparación con una base ya elevada (en los primeros meses de 2010 la industria brasileña crecía al 20% anualizado), y más claramente, a los primeros impactos de las medidas contractivas sobre la demanda.
Esta dinámica ya empieza a reflejarse en el mercado laboral, que si bien sigue firme y probablemente deje al desempleo por debajo de 6%, muestra que pierde fuerza la creación de puestos de trabajo en la industria y en la construcción mientras aumentan fuertemente los empleos en los servicios y el comercio.
Al interior de la industria la situación para los sectores pymes -que exportan a la Argentina como un destino central- se está deteriorando todavía más. La competitividad cae, porque se fortalece el real y las importaciones comen porciones crecientes de mercado. La poderosa FIESP paulista viene alertando permanentemente sobre la situación, presionando por proteger más, y los incentivos fiscales a la exportación (clásicos en épocas de dólar barato, como en la Argentina) empiezan a aparecer en las discusiones para devaluar sin devaluar.
Estratégicamente, Brasil insistirá en abrir mercados y en cerrar el suyo. El saldo comercial apenas duplica el argentino y el déficit de la cuenta corriente crece, hasta rozar 3 puntos del PBI en 2011. Las trabas a las importaciones en ese mercado seguirán, en distintos formatos. Para los productos argentinos que puedan ingresar, Brasil continuará siendo un destino rentable a pesar de que el tipo de cambio real bilateral muestre una tendencia declinante. La historia enseña que los choques comerciales entre los socios tienden a aumentar cuando la actividad económica crece menos. Y los 20 años de existencia del Mercosur le han dado poca respuesta institucional a estas cuestiones.
El 7,5% de crecimiento de 2010 -el más alto de los últimos 25 años- queda definitivamente atrás y para 2011 el gobierno de Dilma aspira a mover los instrumentos de política económica para que el producto aumente entre 4 y 4,5%. El ministro de Hacienda, Guido Mantega, habla de moderar el crecimiento cada vez que puede.
El freno a la demanda ya está en marcha. El temor a una inflación que se acelera (...al 6% anual!) obligó a abandonar (¿por un tiempo?) los relatos de la campaña presidencial que decían que uno de los mayores problemas para crecer era la fuerte apreciación del real. Por eso, el Banco Central elevó en tres oportunidades las tasas de interés, y así nuevamente Brasil se convirtió en la economía con los mayores rendimientos reales del mundo. Claramente esto fortaleció aún más al real, que perforó la barrera psicológica de 1,60, cuando al asumir Dilma rondaba 1,70.
La suba de las tasas consolida la tendencia previa a un menor crecimiento del crédito, que apenas aumenta al 3% anual, en porcentajes similares a los de la crisis de 2009, afectando principalmente a los préstamos personales. El gobierno, en línea con la decisión de enfriar, habilita escasos nuevos desembolsos a través del BNDES, y también los bancos restringen la colocación de nuevos créditos hipotecarios para las familias.
Lo interesante, sin embargo, es que gran parte del gradual enfriamiento de la economía brasileña está centrado en un pobre comportamiento de la industria, que a diferencia del año pasado, ya está creciendo -y probablemente lo siga haciendo- por debajo del PIB. Se coincide en que el tsunami japonés impactó sobre la provisión de insumos en sectores que dependen críticamente de componentes importados; Japón es un importante proveedor en ese mercado, y además el 80% de lo que importa Brasil son máquinas, equipos y bienes intermedios. No casualmente el efecto Japón se siente más en la producción de bienes intermedios y piezas y accesorios para bienes de capital, que muestran las mayores caídas.
Esta causa, aunque transitoria por definición, se agrega a otras más permanentes, como las huelgas que afectaron a la industria automotriz, a una comparación con una base ya elevada (en los primeros meses de 2010 la industria brasileña crecía al 20% anualizado), y más claramente, a los primeros impactos de las medidas contractivas sobre la demanda.
Esta dinámica ya empieza a reflejarse en el mercado laboral, que si bien sigue firme y probablemente deje al desempleo por debajo de 6%, muestra que pierde fuerza la creación de puestos de trabajo en la industria y en la construcción mientras aumentan fuertemente los empleos en los servicios y el comercio.
Al interior de la industria la situación para los sectores pymes -que exportan a la Argentina como un destino central- se está deteriorando todavía más. La competitividad cae, porque se fortalece el real y las importaciones comen porciones crecientes de mercado. La poderosa FIESP paulista viene alertando permanentemente sobre la situación, presionando por proteger más, y los incentivos fiscales a la exportación (clásicos en épocas de dólar barato, como en la Argentina) empiezan a aparecer en las discusiones para devaluar sin devaluar.
Estratégicamente, Brasil insistirá en abrir mercados y en cerrar el suyo. El saldo comercial apenas duplica el argentino y el déficit de la cuenta corriente crece, hasta rozar 3 puntos del PBI en 2011. Las trabas a las importaciones en ese mercado seguirán, en distintos formatos. Para los productos argentinos que puedan ingresar, Brasil continuará siendo un destino rentable a pesar de que el tipo de cambio real bilateral muestre una tendencia declinante. La historia enseña que los choques comerciales entre los socios tienden a aumentar cuando la actividad económica crece menos. Y los 20 años de existencia del Mercosur le han dado poca respuesta institucional a estas cuestiones.