Barreda, desde adentro: ¿cómo eran las hijas y la esposa del odontólogo?
¿Cómo era la vida de la familia? Dos amigas de las hijas del odontólogo revivieron momentos que pasaron junto a ellas y la intimidad de la familia. "Eran mujeres educadas. En la casa nunca se decía una mala palabra", dijo una de ellas.
El caso Barreda resuena en la esfera pública desde el día en que el homicidio ocurrió en 1992. Veinte años después, los relatos de Alejandra Peralta Calvo y Silvia Díaz de la Sota, amigas personales de Adriana y Cecilia Barreda (respectivamente), logran armar una nueva perspectiva sobre la intimidad de la familia y la conducta del asesino.
Peralta Calvo compartió imborrables momentos de la infancia y adolescencia con la menor de las hermanas, Adriana, asesinada por su padre, el odontólogo Ricardo Barreda en la masacre que también se llevó a su hermana Cecilia, a su madre Gladys McDonald y a su abuela Elena Arreche. Algunos de los recuerdos son los paseos en bicicleta por el barrio, los cumpleaños de la infancia, los recreos en el Normal 1 frente a la Catedral de La Plata.
"Ricardo Barreda era un padre ausente. Nunca llevó a sus hijas al colegio y no apareció por la escuela en toda la primaria. Las chicas nunca hablaban de él: ni bien ni mal", recuerda Peralta Calvo, psiquiatra y ex trabajadora del Servicio Penitenciario. Sus padres también tenían un fuerte vínculo con el matrimonio Barreda.
Alejandra dijo que "eran mujeres educadas. En esa casa nunca se decía una mala palabra. Me resulta imposible pensar que alguna de ellas haya pronunciado la palabra ‘Conchita’ (como aseguró el dentista que lo llamaba despectivamente su familia). Eso fue todo un invento", aseguró.
Sobre la vida íntima de la familia, Alejandra recordó: "El matrimonio estaba separado y ‘Beba’ (apodo de Gladys, entre los íntimos) vivía en un departamento en 45, entre 10 y 11 con sus hijas. Era un PH al que se ingresaba por un portón de chapa. Ellas siempre estaban ajustadas con el presupuesto. Por eso, no festejaban los cumpleaños de las chicas. Pero sí venían a festejar los nuestros. Las vestían iguales, como se usaba en esa época". ‘Beba’ se esforzaba para mantener la imagen y cuidar a sus hijas. Con Adriana compartíamos la profesora de piano. Ella tocaba muy bien. Soñaba con tocar en el Teatro Argentino. Además, pasábamos los veranos en las piletas del Jockey Club, en Punta Lara", sostuvo.
"Era una situación muy incómoda. Las amigas tratábamos de que las chicas no lo vieran para evitarles un disgusto. Todos sabíamos que era su amante", agregó Peralta Calvo, refiriéndose a los momentos en que veía al dentista pasear con otra mujer.
Las mujeres de Barreda parecían vivir sin complicaciones, como cualquier madre separada que decide llevar adelante el hogar. Hasta que decidieron volver a compartir el techo con Barreda. "Cuando Cecilia cumplió los 15, ‘Beba’ aceptó ir a vivir con Barreda. Creo que lo hizo para cuidar las apariencias. A ella le preocupaba que la vieran en el PH y por eso se fue con sus hijas a la casona de la calle 48", es la hipótesis de Alejandra. El final de esa experiencia es conocido.
En tanto, Silvia Díaz de la Sota, mantuvo una relación de profunda amistad con Cecilia, la mayor de las Barreda. Cuando ambas terminaron sus estudios universitarios armaron un grupo de jóvenes que se juntaban para hacer viajes de placer. Silvia es abogada, y entonces empleada de la Universidad Nacional de La Plata. Recorrió con la flamante odontóloga Cecilia días y noches inolvidables en el norte argentino, Chile y Europa.
"Era una chica que desbordaba simpatía. Era extrovertida, transparente, sencilla, entradora. Entre enero y febrero de 1992 pasamos 57 días en Italia, España, Bélgica y Londres. Fue una experiencia única", recordó Silvia, mientras se sumergía entre los álbumes de fotos.
Mientras organizaban los viajes, en la casa del centro platense conoció a Gladys y a Elena. "A las cinco de la tarde en punto servían té con scones. Tenían un estilo muy británico. Barreda pasaba por el living, pero nunca se involucraba. Hacía su vida. Parecía que no era de la familia", dijo la abogada.
Silvia se quedó con "Nahuel", el perro que la familia del dentista tenía en la casa de la calle 48. Después de la masacre, lo encontraron tembloroso y desorientado, escondido debajo de la cama de la hija mayor. "Vivió ocho años más, fue un recuerdo vivo que me quedó de Cecilia", enfatizó.
Peralta Calvo compartió imborrables momentos de la infancia y adolescencia con la menor de las hermanas, Adriana, asesinada por su padre, el odontólogo Ricardo Barreda en la masacre que también se llevó a su hermana Cecilia, a su madre Gladys McDonald y a su abuela Elena Arreche. Algunos de los recuerdos son los paseos en bicicleta por el barrio, los cumpleaños de la infancia, los recreos en el Normal 1 frente a la Catedral de La Plata.
"Ricardo Barreda era un padre ausente. Nunca llevó a sus hijas al colegio y no apareció por la escuela en toda la primaria. Las chicas nunca hablaban de él: ni bien ni mal", recuerda Peralta Calvo, psiquiatra y ex trabajadora del Servicio Penitenciario. Sus padres también tenían un fuerte vínculo con el matrimonio Barreda.
Alejandra dijo que "eran mujeres educadas. En esa casa nunca se decía una mala palabra. Me resulta imposible pensar que alguna de ellas haya pronunciado la palabra ‘Conchita’ (como aseguró el dentista que lo llamaba despectivamente su familia). Eso fue todo un invento", aseguró.
Sobre la vida íntima de la familia, Alejandra recordó: "El matrimonio estaba separado y ‘Beba’ (apodo de Gladys, entre los íntimos) vivía en un departamento en 45, entre 10 y 11 con sus hijas. Era un PH al que se ingresaba por un portón de chapa. Ellas siempre estaban ajustadas con el presupuesto. Por eso, no festejaban los cumpleaños de las chicas. Pero sí venían a festejar los nuestros. Las vestían iguales, como se usaba en esa época". ‘Beba’ se esforzaba para mantener la imagen y cuidar a sus hijas. Con Adriana compartíamos la profesora de piano. Ella tocaba muy bien. Soñaba con tocar en el Teatro Argentino. Además, pasábamos los veranos en las piletas del Jockey Club, en Punta Lara", sostuvo.
"Era una situación muy incómoda. Las amigas tratábamos de que las chicas no lo vieran para evitarles un disgusto. Todos sabíamos que era su amante", agregó Peralta Calvo, refiriéndose a los momentos en que veía al dentista pasear con otra mujer.
Las mujeres de Barreda parecían vivir sin complicaciones, como cualquier madre separada que decide llevar adelante el hogar. Hasta que decidieron volver a compartir el techo con Barreda. "Cuando Cecilia cumplió los 15, ‘Beba’ aceptó ir a vivir con Barreda. Creo que lo hizo para cuidar las apariencias. A ella le preocupaba que la vieran en el PH y por eso se fue con sus hijas a la casona de la calle 48", es la hipótesis de Alejandra. El final de esa experiencia es conocido.
En tanto, Silvia Díaz de la Sota, mantuvo una relación de profunda amistad con Cecilia, la mayor de las Barreda. Cuando ambas terminaron sus estudios universitarios armaron un grupo de jóvenes que se juntaban para hacer viajes de placer. Silvia es abogada, y entonces empleada de la Universidad Nacional de La Plata. Recorrió con la flamante odontóloga Cecilia días y noches inolvidables en el norte argentino, Chile y Europa.
"Era una chica que desbordaba simpatía. Era extrovertida, transparente, sencilla, entradora. Entre enero y febrero de 1992 pasamos 57 días en Italia, España, Bélgica y Londres. Fue una experiencia única", recordó Silvia, mientras se sumergía entre los álbumes de fotos.
Mientras organizaban los viajes, en la casa del centro platense conoció a Gladys y a Elena. "A las cinco de la tarde en punto servían té con scones. Tenían un estilo muy británico. Barreda pasaba por el living, pero nunca se involucraba. Hacía su vida. Parecía que no era de la familia", dijo la abogada.
Silvia se quedó con "Nahuel", el perro que la familia del dentista tenía en la casa de la calle 48. Después de la masacre, lo encontraron tembloroso y desorientado, escondido debajo de la cama de la hija mayor. "Vivió ocho años más, fue un recuerdo vivo que me quedó de Cecilia", enfatizó.