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Barrabravas en Piedra Blanca

Los catamarqueños que no son habituales seguidores del deporte local y, por tanto, tampoco sospechosos de opinión interesada, han de haber interpretado que el comportamiento de los fanáticos del Club Defensores de Esquiú y del Club Sportivo Villa Cubas, en la tarde del jueves, es una mala señal que no debiera dejarse pasar sin atención y sin el propósito de reclamar que se adopten las prevenciones para que en Catamarca no se reproduzcan, salvando las proporciones, los escandalosos excesos de los exaltados que, por lo visto, no difieren sustancialmente de las atemorizadoras barras bravas del fútbol nacional.

La información policial, difundida en la noche del jueves y al día siguiente, daba cuenta de que algunos incondicionales del club villacubano fueron arrestados cuando pretendieron ingresar en la Comisaría de Piedra Blanca, pese a la resistencia del jefe de guardia, que en esos momentos era el único efectivo presente en el local policial.

Los detalles de la noticia indican que los extraviados del equipo capitalino llegaron a la referida unidad policial perseguidos por sus rivales de Defensores de Esquiú, después de concluido el encuentro "amistoso" entre las representaciones de los dos clubes. Se da cuenta, también, de que ante la negativa del jefe de guardia, los frustrados villacubanos comenzaron a destrozar ventanas, puertas y la mampostería del local y que, así las cosas, el policía disparó al aire para dispersar a los intrusos, lo que atrajo a los otros uniformados de la Comisaría, quienes aprehendieron a doce hinchas mayores de edad y en estado de ebriedad.

Puede deducirse, con respecto a lo ocurrido, que ninguno de los dos clubes puede alegar inocencia y que una prolija investigación vendrá bien para identificar todas las circunstancias y de ese modo poder determinar lo que deba modificarse o desarraigarse a fin de eliminar la violencia de una actividad tan convocante como es el fútbol.

Las tensiones entre las barras no son, por cierto, ninguna novedad. Tampoco lo es el intercambio de agresiones verbales. Pero tampoco son una rutina que haya que considerarse inevitable, menos cuando se trata de verdadera violencia, que es aquella que hace que la agresión deba preocupar por su irracionalidad extrema, por la dimensión de sus destrozos y por la absoluta indiferencia por el daño que provoca.

Hay que arrancar de cuajo esa desnaturalización de una pasión tan noble, tan habilitadora para la vida civilizada, tan eficaz introductora en la participación social, tan propicia para virtudes como la fortaleza, la tolerancia y la convivencia verdaderamente humana.

En Catamarca, como en todo el país, el fútbol es una de las mejores oportunidades de encuentro de las distintas capas sociales, económicas, culturales y generacionales. También el plano en que nadie puede dejar de ser militante. Seguramente, la insuperable escuela para el aprendizaje del triunfo y la derrota. Sin duda, el pasatiempo regocijante que mejor prueba que la victoria es más dulce cuanto más amargas son las etapas que deben cumplirse para obtenerla.

Pero hay que obrar para preservar esa fuerza convocante a la integración, esa eficacia como liberadora de la indiferencia, esa condición de escuela capacitadora para los buenos y los malos momentos, esa virtud habilitadora para el goce de las metas más laboriosas.

Debe ponerse el máximo empeño en evitar que aquí también las barrabravas del fútbol envilezcan una actividad tan rica como promotora de virtudes que enaltecen al hombre.