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Banqueros, devuelvan nuestro dinero

*Por Timothy Garton Ash Tengo algo que decir a los banqueros: devuelvan una parte. Llámenlo expiación, llámenlo actuar como es debido. Al decir "banqueros" me refiero a cualquiera que haya ganado un montón de dinero en el sector financiero durante el último cuarto de siglo.

Al decir "una parte", quiero decir una parte del dinero . Al decir "devuelvan" pretendo que lo devuelvan a las sociedades -en sus propios países y en otros- que sufren hoy como consecuencia de una crisis que nació en esas instituciones financieras ; unas sociedades que después tuvieron que rescatar a varias de esas instituciones, porque eran "demasiado grandes para dejar que se hundieran". Y al decir "devuelvan" digo también que den ese dinero, que, ahora que se aproxima la Navidad, saquen el talonario o entren en sus cuentas bancarias por Internet, que busquen organizaciones benéficas de las que verdaderamente ayudan a los pobres , los débiles, los enfermos, y les donen una pequeña proporción de sus ganancias. Será un pequeño paso para ustedes, y uno inmenso para los más necesitados.

¿Pero por qué destaco a los banqueros? No son los únicos, por supuesto. El argumento ético es aplicable a cualquier persona acomodada. Pero los banqueros tenían más facilidad de acceso a activos líquidos que la mayoría de los que trabajaban en otros sectores. Se quedaban con una proporción enorme de los beneficios, más que en la mayoría de los demás sectores.

Y cuando llegó la crisis, se fueron tan tranquilos, sin nada más grave que una reputación colectiva ligeramente empañada.

Qué distinto de aquellos primeros socios con una responsabilidad individual infinita, en la vieja e imperturbable City de Londres en la que mi padre y mi abuelo desempeñaban honradamente su trabajo.

Pero estos banqueros de nuevo cuño siguieron adelante, en bancos rescatados por nosotros, los contribuyentes. Estas Navidades volverán a sus casas -y pasarán al lado de los concentrados ante la catedral de San Pablo- con inmensas primas injustificadas. Y cuando digo injustificadas, quiero decir injustificadas.

Quiero aclarar lo que no estoy diciendo. No estoy diciendo, como claman muchos manifestantes en la catedral de San Pablo en Londres, que necesitamos una alternativa al capitalismo.

Lo que necesitamos es un capitalismo alternativo, con más Escandinavia y menos casinos de pacotilla.

No estoy sintiéndome neovictoriano ni diciendo que la beneficencia individual puede solucionar los problemas fundamentales. Para resolverlos, necesitamos cambios estructurales: muros de protección, o incluso una separación total, entre bancos de atención personal y bancos de inversiones, acuerdos plurianuales de recuperación de las primas que resulten injustificadas, impuestos sobre las transacciones financieras, etcétera.

Tampoco digo que esos banqueros fueran todos malos. Ante una tentación organizada semejante, ¿cuántos de nosotros habríamos resistido? Lo único que digo es que aquí hay algo que un grupo histórico concreto de personas, que se enriquecieron muy de golpe -según se ha visto después, a expensas de otros-, pueden hacer para ayudar.

Llámenlo expiación, si quieren. Llámenlo actuar como es debido.

Llámenlo como quieran. Pero háganlo.