Bajo un rito incomprendido
Por Luciana Arnedo. Día tras día me pregunto si a muchos otros no les sorprende el modo en el que vivimos... ¡O acaso les falta la agudeza para ver lo que veo, o sentir lo que siento!
Desenfreno. Sólo basándome en la experiencia personal. Muchas veces inquiero si lo que siento es el resultado de una sensación. Pero la calle es el escenario que me muestra el enfado, el maltrato, la inseguridad, la ansiedad, la desidia, la falta de compromiso y sentido social... Paso a paso la mirada que echo me señala un abandono indiferente a muchos.
Salgo de casa y esquivo un bache. Evito pisar las heces de los perros. Seguido me cuestiono la conciencia de los dueños... Contengo la respiración para no inspirar el olor a basura descompuesta por la falta de vaciado de los contenedores. Los paros, los conflictos gremiales, las disputas entre los representantes de un sindicato y las empresas de recolección de residuos, y otros conflictos, dificultan esta iniciativa para la basura. También una crítica para quienes estamos del otro lado del conflicto pero que cooperamos con un nuevo problema. Vecinos que sacamos la basura cuando nos parece -aún si hay alerta meteorológica-, poblando las veredas de bolsas o insistiendo en hacerlas entrar en los contenedores colmados. Una invitación para que los cartoneros revuelvan y hagan un desparramo de basura.
Sigo por la calle... Tomo el colectivo y la simpatía del chofer, el calor, las ventanillas cerradas -por decisión de los propios pasajeros-; sus caras, los olores... Observo a través de la ventana, en un lugarcito que me hago, se viaja un poco estrujada entre tantos cuerpos que insiste el chofer en subir, cuerpos que pelean un lugar -y claro que también me pregunto: cuál será la capacidad máxima de carga-, y se me pasa el viaje con los incontables grafitis en las fachadas de negocios, de hogares, de entidades públicas... ¡Pintoresco paisaje!
Bajo y camino hacia el banco. Llego, me ubico en la cola y espero, espero... Siempre hay algo difícil adelante que retrasa el paso. Hay muchas personas en la fila y solo dos cajas disponibles, una de ellas para clientes Gold y Platinum -y yo no tengo esa exclusividad-. Me toca, y esas apatías encarnadas que hablan con nosotros por encima del mostrador... ¿Por qué un trámite se sufre como a un castigo? ...
Salgo del banco, voy hacia mi trabajo, mi negocio. Antes de entrar veo un charco color ámbar en el escalón de la vidriera, no me queda más remedio que salir a baldear. Aquí otra vez pienso en "la conciencia" de algunos dueños de perros que parecen hacerse los distraídos cuando sus perros hacen sus necesidades. Sin reconocer que lo hacen en la puerta o en la vidriera de un local. Los veo del otro lado del cristal levantando la pata y observo a sus dueños esperando como si en vez de una entrada hubiera un árbol. Y siguen su recorrido...
Quisiera desvestir mi rabia. La gente, y en este grupo subrayo a las mujeres, entra al local sin mirar a quien está adentro, sin saludar, sin distinguir que hay alguien más a ellos... A veces consultan de una manera despectiva, tan grosera... Sus dichos, las formas, la miseria que a veces echan en nuestra cara. Me pregunto si la gente hace lo que hace sin pensarlo, sin sentirlo... Y voy a pasar por alto a las madres que entran con niños; tema para otro capítulo.
Regreso a casa, hoy decido tomar un taxi, es tarde. El auto al que subí no tiene aire acondicionado, hay un tufo imponente; algo letal para alguien susceptible a los olores. Va muy rápido el conductor, lo noto exaltado; me preocupo. Veo a través de la ventana gente revolviendo la basura, niños entre los adultos -cuántas criaturas lejos de una ilusión-; me angustia la existencia de esta realidad.
Después de otra jornada fuera de casa, donde nos movemos "los adultos", pongo un rato las noticias y me refresco con algunos temas del día. Sigo preocupándome...
Noto conciencias extrañas a la mía. Me pregunto si existe alguien que pueda admitir que se equivocó. Si alguien reconoce la existencia de otras personas. Si alguien presta la debida atención a los hechos.
Lo que parece haber de desprecio entre individuo e individuo. Sentir el desagrado del abandono... ¿Habrá que continuar: oliendo, pisando, sobrellevando, embistiendo, defendiéndose?... ¿Cuánto tiempo más hay que dejar pasar inmersos en una sociedad desprovista de apoyo; bajo una gran inseguridad en el orden político; mezclados en la amoralidad social?