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Bailanta en el Abasto - Primera parte

Nadie se atreva a desmerecer mi barrio, que a falta de la más minima elegancia, es sólido en leyendas de glorias y de sangre.

Por Cristina Wargon

@CWargon

Carlitos Gardel vela nuestros sueños entre gorjeos y de vez en cuando aparece una degollada en el antiguo mercado, lo que entretiene mucho a los vecinos; aunque con la modernidad, más se están usando los tiros que el facón. Una pena. Tal vez no sea el lugar mas seguro para meterse en una bailanta a las cinco de la mañana... pero la "seguridad" es un plazo fijo donde guardar a la vida en naftalina, y la vida, aunque no se muy bien de qué se trata, es decididamente más parecida a una bailanta.

De la Avenida Corrientes hacia el puente es tierra de ninguno, y allí supieron proliferar bailantas turbias, entusiastas, latinoamericanas. Junto con ellas llegó la policía a hacer redadas y atrás los canales de televisión cubriendo la noticia. Mirando desde la esquina, yo asomaba la nariz y me indignaba al ver que por el hecho de ser peruanos o bolivianos, todos eran formados contra la pared y llevados presos. Hasta aquí la descripción de los hechos. Pero un buen día se abrió un Pub a media cuadra de casa...

Bajo la luz del sol, si bien no alcanzaba un estilo totalmente ingles, parecía, al menos, un modesto café de barrio, con un nombre extraño para un Pub: "La Mary". Al caer la noche comenzaban a brotarle lucecitas rojas, absolutamente deliciosas, con un tufillo a pecado que daba gusto... y cuando de darse un gusto se trata, ¡cuenten conmigo!

Comienza el baile

Fue un sábado de madrugada. Durante el día, y parte de ese penoso amanecer, me había comportado dignamente (es decir aburridamente). Ya había leído todos los diarios, trabajado en la computadora, visto una película vieja por la tele... me sentía como la mierda. Así estaban las cosas cuando mi esposo anuncio siendo las cuatro de la mañana: "Se escucha un ruido terrible en la calle". ¡¡Allá voy!! Grité por fin entusiasmada y sabiendo que lo que el llama ruido es música popular que yo amo y él detesta. "Viene del Pub", agregó, calculando que eso iba a frenarme... Je je. ¡Eso espero!, farfullé mientras me ponía una campera y comenzaba a salir.

Desatase allí mismo una pelea formidable, abundante en recordaciones desagradables de esas que guardan los matrimonios para echarse en cara cuando llegue la oportunidad. Fui acusada, con relativa justicia, de casi haberme ahogado en Río de Janeiro, de casi haberme desbarrancado por un morro, de casi haber sido violada no menos de setenta veces por mi costumbre de hacer cosas impropias. A su vez, desplegué los setenta metros de reivindicaciones personales, sin dejar de subrayar los muchos "casi" que adornaban sus versiones. Está claro que si "casi" me pasaron esas catástrofes es porque en realidad no me ocurrió nada. Dichas estas palabras, me deprimí espantosamente y partí sintiéndome cual Oriana Fallaci en un frente de guerra...

Continuará...