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Ayer Fernando, hoy Santino: ¡somos todos asesinos!

Naturalizar el horror jamás puede tener un buen final.

Fernando  Baéz Sosa Santino Puerto Deseado
Fernando Baéz Sosa Santino Puerto Deseado

Hace minutos (escribo estas palabras siendo medianoche) confesó el asesino. Santino tenía 4 años. María, su madre que había sido abusada, lo reconoció en rueda de presos. La criatura tenía el cráneo destrozado cuando fue arrojado al acantilado de 25 metros de altura. La tía tuvo que reconocer el cadáver en la morgue. La crueldad humana no tiene límites. Tampoco tuvo límites la crueldad de un grupo subnormal que destrozó a golpes y patadas el joven cuerpo de Fernando en Villa Gessel.

Dos días atrás en Rosario acribillaron a un joven de 24 años que se convirtió en el muerto número 40 del 2020. Una seguidilla “estacional” como la definió del ministro de Seguridad de Santa Fe.

El crimen de Santino en Puerto Deseado, mientras su madre era abusada, quizá por razones estrictamente geográficas, no tenga en los medios el mismo impacto que la masacre de Fernando. En horas será una noticia vieja.

Pero si no entendemos que estos episodios exceden la simple estadística criminal, estaremos aceptando sin más que el desborde criminal que vivimos es eso: una casualidad estadística.

Pero sabemos que no es así. Naturalizar el horror jamás puede tener un buen final.

Las sociedades, a lo largo de la historia, atraviesan periodos críticos en materia criminal. El “apagón moral” en que vivimos anestesia cualquier tipo de reacción. Sí realmente no comenzamos a discutir y reflexionar sobre estos episodios, estaremos aceptando que el título de esta nota es solo la descripción de una realidad que jamás debiéramos aceptar.

No hay ojos  ni leyes que puedan evitar los desbordes criminales convertidos en epidemia de crueldad infinita. Pero si los hombres que manejan la fuerza del estado no admiten su incapacidad para cuidar a sus ciudadanos seguiremos aceptando que la enfermedad somos nosotros. Y no es así. Para los creyentes, la ausencia de dios es el infierno. Para todos, la ausencia de Estado también es el infierno.