Auschwitz, 75 años: un homenaje en Jerusalén y la Argentina presente

Un 27 de enero de 1945 era liberado el campo de concentración de Auschwitz Birkenau, uno de los emblemas del proyecto de exterminio ideado y llevado a cabo por el nazismo en territorio europeo. Ese día, la Humanidad confrontó su rostro frente a una de las mayores atrocidades cometidas por un Estado moderno sobre la vida de millones de personas.

El fin de Auschwitz se anticipa solo unos pocos meses al fin de la Segunda Guerra Mundial. Tres años más tarde, la evidencia de la destrucción cometida por el Tercer Reich sobre la población civil europea inspiraría la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un documento fundamental que busca detener la voracidad homicida de los Estados sobre las comunidades humanas en todas partes del mundo.

Auschwitz es sinónimo de dolor y de humillación, de lo más oscuro que es capaz la condición humana cuando se pone al servicio de dañar al semejante. Por eso nuestra memoria debe estar junto a las víctimas del nazismo, junto a sus descendientes, junto a todos y cada uno de los grupos sociales, religiosos, étnicos, políticos, nacionales, que fueron masacrados en los hornos crematorios por la maquinaria nazi.

Hoy, en el Museo de Yad Washem en Jerusalén, el mundo tributa homenaje a las víctimas del Holocausto. Un homenaje en el que nuestro país, como muestra de firme compromiso en la causa de la lucha contra la xenofobia y el racismo, está presente en la figura de su presidente. De ese modo la Argentina ratifica su compromiso con una memoria y una causa esencial de nuestro tiempo que es la de no tolerar ningún atropello a la dignidad humana.

Que este día sirva también para mantener nuestros ojos abiertos para saber advertir y denunciar todo atropello a la dignidad de las personas. Es importante recordar Auschwitz, lo que Auschwitz significa y estar dispuestos a denunciar y combatir, con todas nuestras fuerzas, toda intolerancia, y toda forma de racismo, allí donde estos flagelos intenten mostrar su rostro. 

Es el único modo de evitar, siquiera intentar evitar, que la barbarie se repita, una vez más, entre nosotros.