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Atrapados sin salida

Apenas duró un suspiro la euforia bursátil desatada por la aprobación por parte del Parlamento alemán de la ampliación del fondo de rescate europeo.

Al darse cuenta los inversionistas de que en verdad el voto de confianza que recibió la canciller Angela Merkel cambió muy poco, ya que sigue siendo tan poco probable que los alemanes acepten encargarse de las deudas inmensas acumuladas por sus socios del sur como lo es que los griegos logren devolver más que una pequeña parte de los aproximadamente 500.000 millones de dólares que deben, los mercados internacionales cayeron nuevamente.

Es que para minimizar el riesgo de "contagio" que tiene en vilo a todos los gobiernos del mundo, los alemanes tendrían que comprometerse a respaldar un fondo de rescate que sea por lo menos cuatro veces mayor que el actual, de 600.000 millones de dólares, pero son reacios a hacerlo porque entienden muy bien que, además de los riesgos que en tal caso enfrentarían, la mera existencia de una presunta garantía tan enorme brindaría a los políticos griegos, portugueses, españoles e italianos un pretexto para desistir de aplicar con el vigor necesario los programas de austeridad que están poniendo en marcha. Al fin y al cabo, la debacle que tanta preocupación está provocando se debe en buena medida a la ilusión de que en última instancia los países solventes de la Eurozona, encabezados por Alemania, siempre asumirían responsabilidad por las deudas de socios de tradiciones menos rigurosas, de suerte que los bonos griegos, italianos y españoles valdrían tanto como sus equivalentes alemanes.

Hasta hace relativamente poco, los gobiernos de los países mediterráneos podían aprovechar dicha ilusión para endeudarse a tasas de interés apropiadas para Alemania, pero en cuanto los mercados dejaron de creerlo, han tenido que intentar seducir a los compradores de bonos ofreciéndoles tasas que son mucho más altas.

En Grecia y otros países en apuros de la Eurozona, muchos temen que los ajustes que están reclamando los alemanes y el FMI a cambio de apoyo financiero resulten contraproducentes. Por ahora, la convicción generalizada de que la alternativa de abandonar la Eurozona, negándose a pagar las deudas, tendría consecuencias aún peores para los miembros más débiles del bloque, ha sido suficiente como para mantener intacta la moneda única, pero de agravarse mucho más la crisis socioeconómica, el consenso en tal sentido podría disiparse muy pronto. Puede que sean irracionales las propuestas concretas de quienes están manifestándose en contra de las reformas durísimas que están tratando de llevar a cabo los gobiernos de países que en efecto ya están en bancarrota, pero esto no quiere decir que los dirigentes políticos puedan darse el lujo de tratarlas con desprecio.

A esta altura, parece evidente que el intento de apurar la unificación europea con una versión local de la convertibilidad, pasando por alto las diferencias entre países tan distintos los unos de los otros como Alemania y Grecia, Holanda e Italia, fue un error gigantesco. No bien entró en crisis la economía internacional, las grietas en la Eurozona comenzaron a ensancharse. Puesto que todo hace prever que en los países actualmente ricos los años próximos serán de, a lo mejor, estancamiento, con un nivel de desempleo "estructural" muy elevado y con el Estado benefactor en repliegue constante, lo que motivará la resistencia de los empleados públicos y de los acostumbrados a depender de subsidios, las dificultades seguirán surgiendo.

Para los legisladores oficialistas alemanes que votaron a favor de hacer más flexible el fondo de rescate europeo, ya se ha alcanzado un límite más allá del que no están dispuestos a ir, no sólo porque se ha puesto en riesgo la credibilidad financiera del Estado alemán sino también porque saben que el electorado no tiene interés en continuar enviando el dinero aportado por los contribuyentes a países en que la evasión impositiva es el deporte nacional y la disciplina fiscal un concepto ajeno. Así, pues, por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los alemanes se resiste a subordinar los intereses de su propio país a aquellos de Europa en su conjunto, de ahí la dureza insólita de sus líderes para con los demás integrantes del bloque.