Ataque directo a la democracia

No es un logro menor que todos los gobiernos, salvo los de Cuba y Honduras, hayan surgido de elecciones precedidas de procesos apegados a las normativas vigentes.

Ningún presidente constitucional, salvo Zelaya, fue depuesto por un golpe de Estado. Ninguno se ha mantenido en el poder quebrando la constitucionalidad.

Dudaríamos más en la respuesta si la pregunta fuera: ¿han todos respetado los valores y prácticas que son consustanciales a una buena calidad democrática? ¿Se agota, en la mera consumación de procesos aceptablemente transparentes de elección de autoridades, el concepto de democracia? ¿O la democracia, además de ser formalmente irreprochable en cuanto a su origen, tiene que serlo en lo que hace a sus contenidos, o sea en los modos y los límites del ejercicio del poder público? Una democracia moderna debe tender tanto a que los ciudadanos estén en una situación de igualdad social frente a las oportunidades como, también y con la misma energía, asegurarles el goce de todas aquellas libertades -de asociación, de expresión, de prensa, religiosa, etc- que hacen a que la democracia sea una forma de vida . Forma de vida que, por otra parte, elige abrumadoramente como suya la sociedad argentina.

Es desde este marco que la demora -en el caso de La Nación - y el impedimento -en el de Clarín - de la circulación de sus ediciones del último domingo han sido el punto más alto en una extendida campaña de hostigamiento hacia periodistas y medios que comunican ideas que difieren del relato oficial.

Coartar alguna de las garantías básicas, en este caso la libre expresión de las ideas por medio de la prensa, es un ataque directo a la democracia , cualquiera sea la excusa o la herramienta que se utilice.

Los sucesos que se están desarrollando en el Norte de África y en Oriente Medio nos señalan hacia dónde marcha el mundo. ¿Es que en este caso, también, el reloj de Argentina está atrasando?