¿Arte o vandalismo? El debate que en la Argentina atrasa medio siglo
Graffitis en los trenes nuevos y en los muros grises de la ciudad hacen soltar la polémica que se dio en New York hace 50 años.
Hace horas el Ministro de Transporte disparó acusaciones de vandalismo por las pintadas en los nuevos trenes.
Algo de eso ocurría en las principales y más frías ciudades norteamericanas hace 50 años. Sitios donde la abundancia de riqueza era opacada por la miseria y otros derivados de igual tamaño. Charles Bukowski fue el genial escritor que con una mirada marginal planteaba la gran mentira del llamado "sueño americano".
Cuando en aquella época los desangelados neoyorquinos pintaban leyendas en toda pared disponible, eran salvajemente perseguidos por el presunto delito de opacar la belleza edilicia de lugares emblemáticos de la Gran Manzana.
La polémica entonces fue que los artistas callejeros destruían o ensuciaban los sitios blancos y radiantes. Algunos opinaban que sí, y otros apoyaban la iniciativa con el argumento que vandalismo es destruir, que la pintura sólo embellecía la frialdad humana que transitaba dándole espaldas a los que estaban excluidos del sueño americano.
Los nuevos trenes incorporados por el kirchnerismo son de última generación, un sistema de suspensión excelente que evita los saltos habituales de las formaciones antiguas. Te podes dormir una siesta que no hay movidas que te sacudan en el camino.
Los que pintaron por afuera (por suerte no vimos en el interior de los vagones nada dañado) sus paredes como ocurre también en el subte, son artistas callejeros que no destruyeron nada. Eso sí, la frialdad de Buenos Aires y el conurbano sumada a la mala onda que yace sobre las nubes de la inseguridad colectiva, algunos la vemos menos congelada con esa forma de arte subjetivo. Podés estar a favor o no, pero vandalismo en el sentido literal del término es destruir, tajear, romper pero nunca ponerle color a los grises.
Que dos chicos estén detenidos mucho más tiempo que el que dura un delincuente peligroso tras los barrotes por el sólo hecho de portación de aerosoles, es una señal de alarma en una sociedad donde la justicia parece no distinguir en una paleta de colores los claros de los oscuros.
Hace más de un siglo, los buques amarrados en el Riachuelo le regalaban la pintura sobrante a los habitantes del barrio de la Boca, que pintaron sus coloridas viviendas con esa multitud cromática que hoy distingue a esa zona y es atractivo turístico. La Boca no sería la misma en blanco y negro o con los grises del resto de la ciudad.
El peor salvajismo de Buenos Aires es la pobreza de ver -por ejemplo- la zona de Retiro, Constitución o Plaza Once, a una multitud de zombis destruidos por el "paco" y la indigencia deambular sin rumbo fijo y con la sola intención de meter tajo al cuerpo de quien sea para comprar unas migajas de veneno al que algunos llaman drogas.
Esos cuerpos cuyas almas están consumidos por el olvido de una sociedad que no se ocupa de ellos, eso se llama salvajismo. Y le llamo sociedad a los organismos del Estado que hacen la vista gorda como si el espectáculo alrededor de las terminales de transporte no fuera infinitamente más terrible que una ilustración colorida en las paredes de trenes, subtes y edificios.
Entiendo que haya gente que no le guste los grafitis, pero decirle salvajes a esos artistas callejeros es demasiado cuando hay cosas peores y con eso no se hace nada.
Vuelvo a señalar que Florencio Randazzo es una persona que ha mostrado su tolerancia a prueba de balas, como fue reunirse aunque sea en privado con personas que sus pares kirchneristas aborrecen hasta el hartazgo.