Noche del 13 de febrero. Víspera de San Valentín. Quiero comprar flores. Paro en un kiosco que históricamente está abierto en el cruce de Bullrich y Av. Libertador. Elijo un ramo de $500. Lo cierto es que lo veo muy monocromático. Le pido al florista que agregue 3 azucenas blancas. Termina el ramo. Pregunto el valor final. Es decir $500 más 3 flores blancas. La respuesta del vendedor $1.700. Misteriosamente, los $500 más tres flores blancas se habían convertido en $1.700. Dejo las flores. No me gusta que me roben.
Sigo en viaje buscando flores. Coronel Díaz y Libertador. Otro histórico kiosco abierto de 24 horas. Veo un ramo. “$5.500”, arranca el florista. Me pareció que me estaba haciendo un chiste. No era chiste. Había varios ramos ya preparados en fila. Todos iguales pero de derecha a izquierda iban bajando el precio. Hasta q el ramo de $5.500 termino en $1000.
Estos dos pequeños episodios de honestidad celebratoria en la víspera de San Valentín revela hasta qué punto de saqueo se puede llegar para aprovechar un día que se presume potencialmente exitoso. ¿Pero es nada más que un curro de una noche? No. Es la consecuencia de un país sin precio. Con la inflación se pierde la noción de los precios. Es quizá la conclusión más inocente. Sin embargo podemos arriesgar que al no haber precios, la deshonestidad agrava el problema. Todo vale cuando se pierde la noción de los precios. Y en eso estamos.
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