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Aquellos bastones

* Por Héctor Ciapuscio. Se cumplió un nuevo aniversario de la legendaria operación policial del 29 de julio de 1966 que pasó a la crónica de las relaciones entre gobiernos militares y la Universidad con el título simbólico de "La noche de los bastones largos".

Abundan relatos sobre ese hecho de barbarie y existe un juicio definitivo sobre su irracionalidad y sus consecuencias. Aunque ello sea así, no es redundante agregar testimonios poco conocidos que complementan lo que sabemos acerca de ese episodio crucial en nuestras históricas desventuras culturales. Algo novedoso puede ser, por una parte, lo referente a la reacción frente a los hechos e inmediatamente a ellos, de las instituciones relacionadas con la Universidad; por otra parte, datos sobre la sensación popular que pudo registrarse en su consecuencia. A tantos años de aquel mes de 1966, algunas carpetas de archivo personal nos sirven como ayuda memoria.

El caso testigo para lo primero es el del Conicet, una institución fundamental que presidía Bernardo Houssay, sobre cuya actitud ante el avasallamiento de la Universidad y la renuncia de cientos de profesores con posterior emigración de muchos de ellos hubo disidencia de opiniones. En el marco del conocimiento de que existían matices de posiciones ideológicas diferentes entre las autoridades de ambas instituciones (tradicionalistas y reformistas, conservadores y progresistas, derecha e izquierda), hubo quienes la juzgaron tibia, quienes la vieron como resignada y hasta quienes la estimaron complaciente.

Primer documento. Hay en archivo una copia de la carta acusatoria que dirigió a Houssay una distinguida profesora con fecha 3/8/1966, cuatro días después de la denominada por la jerarquía militar "Operación Escarmiento". Expresa: "Usted ha dedicado su vida a la ciencia y, con errores y debilidades, pero con un tesón y patriotismo ejemplares, ha logrado mucho por el progreso científico de nuestro país". Agrega: "Pero también sabe lo que se ha hecho en la Facultad de Exactas durante los últimos diez años y quiénes lo han hecho. Sabe que la Facultad ha quedado deshecha y que el gobierno no tiene intención alguna de revisar sus actos". Finalmente, un reclamo personal: "Pero usted, al final de su vida y sólo porque el terror a un peligro inexistente lo obnubila (nuestra aclaración: se refiere a la adhesión al comunismo atribuida a algunos docentes), quiere creer más en las palabras de un mediocre general de caballería o en la bestialidad de un policía bravo que en las declaraciones de académicos distinguidos".

Segundo documento. Houssay le contesta al día siguiente, el 4/8/1966. "Las únicas manifestaciones que yo he hecho son las que figuran en la declaración del Consejo que le adjunto. Verá usted en el párrafo tercero mi repudio categórico a la violencia cometida contra profesores y alumnos de la Universidad. Por otra parte, es mi opinión que las renuncias presentadas no deben ser aceptadas y que en alguna forma debe manifestarse disconformidad oficial por los hechos ocurridos en la Facultad de Ciencias". El párrafo 3º de la resolución CNIT del 3/8/1966 dice: "Los hechos ocurridos son lamentables y deben ser repudiados. La violencia cometida contra profesores y alumnos implica un verdadero agravio a la cultura argentina y afecta el buen nombre del país".

Tercer documento. En memorias no publicadas de un profesor, testigo y víctima de la barbarie policial en la Facultad de Ciencias, encontramos pautas acerca de la indiferencia popular por la agresión de la dictadura a la entidad universitaria. Allí se relata que, luego de producido el golpe que desalojó al presidente Arturo Illia el 29 de junio de 1966, el rectorado de la UBA había declarado su rechazo a la violación al régimen democrático y estuvo durante un mes en alerta permanente a fin de que no se anulara, como parecía proponerse el gobierno, el Estatuto Universitario. Ante rumores de una intervención a la Universidad, el 29 de julio el Consejo de la Facultad de Ciencias Exactas se abroqueló, con profesores y alumnos, en su sede de la calle Perú (en "La manzana de las Luces") con el propósito de resistir a puertas cerradas el avance reaccionario. A la noche se produjeron los incidentes que han sido analizados en la crónica bien conocida de "los bastones largos", una irrupción policial violenta, destrucción edilicia y agresión indiscriminada a universitarios inermes.

Golpeado y preso, cuando quedó en libertad el memorialista describe sus impresiones. Buscó en los diarios una información sobre los hechos y se asombró por la inexistencia de información alguna. El periodismo local no había tenido interés en difundirlos. (La primicia fue, días después, del "New York Times", avisado por un norteamericano visitante, testigo presencial de los hechos). Nuestro profesor trató entonces de entender y quiso hablar con la gente. Un taxista le dijo: "¿Los estudiantes? Ahora van a ver lo que es estudiar". Él reflexiona en sus recuerdos: "Creo que dijo lo que muchos pensaban en aquel momento". Una etapa universitaria de diez años, excepcional por brillante y fecunda, ejemplar para Latinoamérica, había cosechado sólo indiferencia de la gente. "Es que la sociedad estaba muy alejada de los esfuerzos de la institución. Pero no era culpa de la sociedad. Empecé a darme cuenta de que tal vez nosotros no habíamos sabido comprender, hasta creímos que avisar que renunciaríamos a las cátedras sería salvaguardia para la Universidad. Habíamos estado en una burbuja".

(*) Doctor en Filosofía
HÉCTOR CIAPUSCIO (*)