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Apología del populismo

Declaraciones del viceministro de Economía ponen de manifiesto la fuerte vocación intervencionista del Gobierno.

Ciertas declaraciones de funcionarios están desnudando los verdaderos propósitos de la política económica que impondría el kirchnerismo si se prolongara en el poder después de las próximas elecciones presidenciales.

Pocos días atrás, por ejemplo, el viceministro de Economía, Roberto Feletti, sostuvo que "el populismo debería radicalizarse". Basó su afirmación en que "antes el populismo no era sustentable, ya que no podía apropiarse de factores de renta importantes, pero esto cambió". Añadió que "ganada la batalla cultural contra los medios y con un posible triunfo electoral en ciernes, no tenés límites".

En un largo reportaje concedido al semanario Debate, Feletti defendió también el absurdo accionar de Guillermo Moreno en el Indec, propuso regular la renta exportadora y postuló que el "modelo industrial" debe ser capaz de llevar la tasa de desempleo al 5 por ciento.

Las declaraciones del funcionario, recientemente designado en el directorio del Banco Macro en representación de la Anses, llaman la atención, puesto que parecen esbozar las ideas de un programa económico de intervención absoluta del Estado sobre la economía, que no fue el que la ciudadanía votó al elegir a Cristina Fernández de Kirchner como presidenta de la Nación en 2007.

El marco conceptual desarrollado por Feletti es incompatible con un esquema capitalista en el que los empresarios intentan invertir para maximizar sus ganancias, generando en ese proceso empleo y riqueza para la sociedad en su conjunto.

También se explayó sobre el grupo empresario Techint, al considerar que "desvinculó su negocio de la realidad argentina", y que "al no distribuir dividendos tenía como única lógica la construcción de una planta fuera del país".

Es probable que Techint haya decidido en su momento reinvertir sus ganancias en la construcción de una planta en Brasil. Si ello realmente hubiera ocurrido, el Gobierno debería preguntarse por qué una empresa con fuertes lazos con nuestro país habría decidido tomar dicha decisión. La respuesta sería dolorosa. Al reducir el peso de la producción en la Argentina, cualquier empresa aumentaría su valor ante sus accionistas, puesto que se alejaría de los riesgos expropiatorios que el populismo genera sobre las compañías que se encuentran a su alcance.

Declaraciones como las de Feletti llevarán a muchísimas empresas a considerar la posibilidad de instalar sus futuras plantas lejos de su alcance.

Bueno sería que el Gobierno emitiera un manual que explicase cuáles son las rentas adecuadas y cómo deben ser reinvertidas, para evitar el desliz de caer en desgracia ante tan importante funcionario que planea profundizar el populismo financiándose con los recursos de quienes violen su manual de estilo empresario.

Será difícil que el viceministro vea concretado su objetivo de llevar la tasa de desempleo al deseado 5 por ciento. Es que la principal fuente de creación de empleo en la Argentina es el sector privado. Y para crear empleo, las empresas deben hundir capital en nuestro país. Pero bajo el tan peligroso como absurdo concepto de las rentas extraordinarias de las que se debe apropiar el Gobierno, será difícil que las inversiones florezcan. Más bien deberíamos esperar que nuestro país converja hacia un esquema de empresas con baja inversión, baja productividad y poco empleo, pero que logren bajo esas condiciones escapar del acecho voraz que pone de manifiesto el funcionario.

Feletti contrapone además a lo largo de todo su reportaje a la "industria" con la "patria financiera", representada por bancos sanguinarios que desean ganar dinero sin ser una industria, fuente última de deseo y admiración de todo populista.

Es normal en cualquier país del mundo oir hablar de la industria financiera, de la industria manufacturera o de la industria de servicios sin dotar de una connotación negativa a ninguna de ellas. Pues bien, sepámoslo: para un populista, la única industria es la que produce manufacturas. Bienes concretos y visibles, que superan la abstracción de mentes limitadas que, como en el caso de Feletti, sólo pueden ver "trabajo argentino" allí donde encuentren un pedazo de acero o de aluminio.

Llama, en tal sentido, la atención la designación del viceministro como miembro del directorio del Banco Macro en representación del Estado. La defensa de los intereses de la Anses determinaría que Feletti procurara la maximización del valor de los accionistas, generando así valor para los jubilados presentes y futuros. Mas sus anteojeras ideológicas muestran que no está preparado para esa tarea. Si colaborase en la defensa de los accionistas del banco, trabajaría en favor de su denostada "patria financiera". Y si avanzara en la destrucción de este supuesto enemigo, violaría sus deberes como funcionario público.

Existiría, sin embargo, una tercera opción: la comprensión por parte de Feletti de que, al contribuir al desarrollo de la industria financiera, contribuiría también al desarrollo de nuestro país. De que no todo es un juego de suma cero, y que los argentinos podemos estar mejor, aun si no perjudicamos a otros conciudadanos o empresas. Son conceptos muy sencillos y aceptados en el mundo avanzado desde hace más de dos siglos. No es tan difícil comprenderlos. Sólo hace falta un pequeño esfuerzo.