Apenas una sombra de lo que fue
Cuando hace medio siglo, en 1950, se inauguró el Hogar Escuela de esta Capital, los catamarqueños se encontraron ante un milagro, uno más de la "mazorca" de maravillas que la primera gestión peronista "desgranó" por todo el país.
Para apreciar debidamente el asombro de esa jornada, debe tenerse en cuenta la realidad de entonces, que venía de una larga historia de pobreza y olvido dramáticamente vivida por los sectores sociales más deprimidos. Que justamente estos grupos numerosísimos fuesen destinatarios de un centro educativo digno de la envidia de la minoría tradicionalmente mejor atendida, fue otro elemento que incrementó la magia de una experiencia que no ha de haber olvidado ninguno de los privilegiados testigos de ese momento.
No se trataba sólo de un edificio que se hubiera creído arrancado de un libro infantil de narraciones extraordinarias, pues su equipamiento, sus espacios verdes aledaños, su pileta de natación enmarcada por arboledas y jardines, sus pasillos embellecidos por ilustraciones entrañables para la sensibilidad de los niños, su capilla ubicada también en esa ciudad en pequeño en que nada había que pudiese ser causa de desagrado o peligro, su comedor y dormitorios "arropados" como por mano de un hada; todo, en fin, hubiese hecho pensar que tanta verdad prodigiosa se mantendría intacta, protegida por los gobiernos de cualquier signo político, pero especialmente de aquellos que reconocen a Eva Duarte de Perón como una providencial benefactora de los desposeídos que pasó por la historia nacional entre amores y odios, pero cuyos desvelos por los castigados por la pobreza nadie, en sano juicio, podría poner en duda.
Y aquella inauguración tuvo otro detalle no menos fantástico: contó con la presencia de quien fuera el motor de la obra entregada a los catamarqueños y de ese otro portento que es el Hospital de Niños, que tuvo mejor suerte posterior que el Hogar Escuela. Eva Perón -la "Evita" de todos- dejó aquí también su huella, el testimonio de su irrepetible entrega a la causa de la redención social.
Aquel Hogar Escuela de 1950 todavía está en pie. Todavía sirve a casi un medio millar de niños. Pero el edificio ya tiene grietas que no pueden disimularse, servicios que languidecen, espacios en que difícilmente alguna fantasía infantil pudiese encontrar a Blancanieves, refugios que ya no son fresco en el verano y cálidos en el invierno, ámbitos que han dejado de ser seguros porque algunos techos ya se han hundido y porque durante el fin de semana es vulnerable ante el robo y vandalismo de malvivientes que nunca se identifican y castigan.
El descuido parece haber sido permanente en el Hogar Escuela. Con el tiempo perdió prestancia, eficacia, su jerarquía de lugar de mostrar con orgullo a propios y extraños.
Lo que hubiese sido explicable si las necesidades que inspiraron a sus mentores hubiesen desaparecido. Pero los niños de familias pobres e indigentes siguen siendo numerosos y siguen teniendo derecho a la atención que creyó brindarles para siempre aquella abanderada de los humildes que no tuvo sucesores ni sucesoras de parecida talla después de su muerte.
El Hogar Escuela de esta ciudad es otra prueba de la desmemoria catamarqueña.