Apellido
*Por Hugo Caligaris. El apellido Menem es muy sólido. Su estructura ortográfica tiene cierta majestad.
Es capicúa (es decir, se lee igual de izquierda a derecha que de Alfonsín a Kirchner) y las dos torres de sus consonantes bilabiales acompañadas por la vocal "e" recuerdan la voz de los corderos, símbolos universales de la inocencia.
Como diría Borges, en el propio apellido está la esencia. El apellido dice lo que es Menem. Sin embargo, los medios han machacado en la conciencia pública desde hace años con el perverso fin de ensuciarlo. Sin parar un minuto: dale y dale. Lo mismo le están haciendo a Schoklender. Deberían tener el mínimo de pudor necesario para comprender que con el apellido no se juega, pero así son los medios: difamadores, calumniadores sistemáticos.
Existe una manera muy sencilla de remediar este problema: evitar los apellidos. Con un poco de imaginación y tacto, los periodistas podríamos escribir noticias, crónicas, columnas y artículos de opinión sin citar apellidos. Colegas: los lectores suelen ser más inteligentes de lo que pensamos. No hace falta tirarles a la cara, así de golpe (¡paf!), un apellido con todas sus letras para que se den cuenta de lo que queremos significarles. Es imposible calcular el sufrimiento y las ofensas que ahorraríamos mediante el simple trámite de evitar la mención de apellidos en nuestros trabajos.
Vamos al caso que nos ocupa: ¿no se hubiera podido brindar la información debida sobre la venta de armas a Ecuador y a Croacia sin arriesgar la honra del ex mandatario? Por supuesto que sí. Hubiera bastado con una línea que dijera: "Sospechan de ya saben quién", o "Están investigando a uno que antes llevaba las patillas muy largas". Pero no: allá fueron los títulos, alevosos. "Menem de aquí, Menem de allá..." Hay algo impúdico, incluso pornográfico, en este tráfico con los apellidos. No debemos herir susceptibilidades. Sentido de la elipsis, damas y caballeros, es lo que está faltando..