Antes de la misa siempre hay procesión
*Por Sergio Sánchez. Para llegar hasta el predio donde se presentó el ex líder de los Redonditos de Ricota hubo que caminar al menos cinco kilómetros, pero la recompensa llegó con un concierto sin incidentes en el que el cantante repasó gemas de su pasado reciente y no tanto.
Los conciertos masivos de rock han demostrado que el peregrinaje no es sólo una cuestión religiosa. Una escena más que elocuente da cuenta de ello: el sábado, cerca de las 20, miles y miles de fieles llegados –algunos hacía una semana– de todos los puntos del país coparon las calles de la ciudad de Junín, 260 kilómetros al oeste de Buenos Aires, para luego dirigirse al autódromo Eusebio Marcilla. Dos horas más tarde subiría al escenario allí montado el Indio Solari, para presentar su tercer y más reciente disco, El perfume de la tempestad. Pese a los ya clásicos temores acerca de que se producirían incidentes, el show transcurrió con normalidad. Y ni una sola bengala se encendió durante el concierto, algo que realmente sí fue para festejar. Es que el show inicialmente iba a realizarse el 28 de mayo, pero Solari decidió postergarlo a causa del fallecimiento de Miguel Ramírez, quien murió luego de que una bengala náutica se le incrustara en el cuello durante un recital de La Renga.
Según trascendió al final del concierto, más de 100.000 personas asistieron al segundo show que el cantante dio en el año, más que en las dos citas anteriores: en Tandil había reunido a 80 mil personas y en Salta, durante la presentación oficial del disco, a unas 35 mil. Como si a alguien le hiciera falta, ésta fue una nueva demostración del poder de convocatoria del ex cantante de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, a esta altura el artista más convocante del país. Quizás el ostracismo de Solari, quien sólo aparece públicamente cuando toca o es (escasamente) entrevistado, sea uno de los rasgos que hacen que su figura se haya cargado de misticismo. Y eso se reflejó en cada de una de las remeras que vestían los que poblaron el Marcilla: su rostro aparecía estampado por doquier, como si se tratara de un ser divino. Y la vieja idea de la "misa ricotera" volvió a cobrar sentido, aunque ya se hayan cumplido diez años del último show de la banda.
El ingreso al estadio no fue tarea fácil. Y menos cuando la hora pautada para el show estaba cerca y casi la mitad de los ricoteros aún no habían ingresado. Ya a 30 kilómetros del autódromo, la caravana de micros –que se contaban por cientos– y autos avanzaba a paso de hombre. Para quienes llegaban pasadas las 19, la consigna era clara: "Los últimos cinco kilómetros hay que hacerlos a pata". Así, sin quejas, jóvenes y no tanto caminaron por el acceso al balneario Laguna de Gómez como en una procesión pagana. En el camino, los micros se apilaban por la banquina y los puestos de comida apenas podían alimentar a quienes venían de Jujuy, Rosario, Córdoba y hasta Chubut, según rezaban las banderas.
Con las piernas cansadas, pero con la ansiedad a flor de piel, pasadas las 22 el público terminó de ingresar y las luces del autódromo se apagaron. Hacia cualquier lugar donde se fijara la vista se podía ver una marea de gente. Cuando el Indio cantó los primeros versos de "Todos a los botes" (de El perfume de la tempestad), una nube de polvo lo tapó todo. Esa imagen se replicaría en los puntos más altos del show, especialmente cuando el cantante repasó viejas canciones de los Redondos. "¡Les pido que recen!", dijo el Indio en otro momento del tema, como si hiciera falta: hace décadas que el culto a su obra y hasta a su imagen sale incondicionalmente del corazón de "esas bombas pequeñitas" que fueron conquistadas por Patricio Rey.
Las dos siguientes canciones de la lista también llegaron desde su última placa: la oscura "El tábano en la oreja" y la más luminosa "Ceremonia durante la tormenta". Detrás del cantante y su banda, Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, se desplegaba una espectacular puesta en escena. Si bien el sonido no llegaba con nitidez para quienes estaban a más de treinta metros del escenario –debido, quizás, a las grandes dimensiones del lugar–, pronto se fue mejorando. "¿Cómo se escucha?", preguntó el cantante, y la respuesta que obtuvo no fue la que esperaba. Sí se lo disculpó cuando confesó: "El viento en contra me está matando la gola. Y hoy no la tengo muy bien". ¿Habrá sido falsa modestia? Es que su garganta estuvo a tono en cada tema, al igual que sus virtuosos músicos. Es cierto que el vocalista de 62 años ya no es el histriónico bailarín de hace tiempo, pero en Junín a nadie le importó.
Y menos cuando revisó por primera vez en la noche los clásicos de Los Redondos. "Yo caníbal", "La hija del fletero", "Mariposa Pontiac-Rock del país" y "Tarea fina" bastaron para despertar la nostalgia (y algún que otro llanto). No hicieron falta las bengalas para que hubiera disfrute. No se vio ni una. En parte, eso se debió al minucioso operativo integrado por 680 policías y 800 agentes de seguridad privada destinados por la productora. Tras la muerte de Ramírez, Solari había pedido que quienes fueran al recital se "abstuvieran del uso" de bengalas. Antes del set redondo, se había despachado con "Porco Rex" y la conmovedora "Pabellón Séptimo". Fue la demostración de la madurez que adquirieron –en el público y la banda– las canciones del disco debut del Indio solista, El tesoro de los inocentes, de 2004. Pero hasta Junín lo trajo el olor a perfume de tempestad. Por eso, llegó "Una rata muerta entre los geranios", con un exquisito arpegio que recuerda a las guitarras de The Edge, de U2.
Una canción no tan popular de los Redondos fue interpretada por primera vez en la etapa solista del cantante: "La murga de la virgencita" sonó tan electrónica y dramática como en Momo Sampler. Después, el Indio dio un consejo que, en una primera lectura, pareció hacer alusión al caso de la niña asesinada Candela Rodríguez. "Cuiden a las pibitas del barrio. La prostitución es una elección de los adultos". El silencio se apoderó del lugar inmenso. Pero la solemnidad duró poco, porque era el turno de dos hitos rockeros que harían bailar a todos: "Nadie es perfecto" y "Ñam Fri Fruli Fali Fru". "¿Vieron que había que quedarse? Las cosas no están bien en el resto del mundo", reflexionó el calvo cantante, fiel a su estilo de entregar frases breves pero contundentes.
"¿Por qué será que Dios no me quiere?" comenzó a cerrar la noche. Después, los reyes magos de la guitarra Baltasar Comotto y Gaspar Benegas se cruzaron en un duelo durante "Cruz Diablo", de Luzbelito. Entonces, el pogo más grande del mundo terminó de tirar por los aires el poco polvo que a esa altura quedaba en el suelo. "Juguetes perdidos", "Maldición va a ser un día hermoso" y "Vamos las bandas" dejaron el clima ideal para "Jijiji". "No tengo palabras para agradecer la multitud que vino hasta acá. Por favor, cuiden la ciudad que los alberga", fueron las últimas palabras del Indio. Y una multitud se fue caminando a paso lento, de nuevo a los botes.