Ante probables victorias sin dueños
Por Joaquín Morales Solá* Cuando hoy caiga la noche, ningún candidato a presidente podrá celebrar una victoria en la capital política del país, apenas 100 días antes de las elecciones presidenciales.
Cristina Kirchner podrá decir, según las encuestas previas, que su candidato, Daniel Filmus, hizo una buena elección, aunque no habrá ganado la contienda. Ni Ricardo Alfonsín ni Eduardo Duhalde ni Elisa Carrió ni Hermes Binner estarán en condiciones de acompañar un triunfo.
Nada. La política opositora es tan errática como es arbitraria la del oficialismo. Los opositores no se recuperaron nunca del exceso de fragmentación; el Gobierno, por su lado, confunde un momento político excepcional con el derecho perpetuo a mandar sin concesiones.
Varias encuestadoras serias no saben en estos días quién está segundo entre los candidatos presidenciales . Los números fluctúan permanentemente entre Duhalde y Alfonsín. Podría decirse que están empatados. Ambos, no obstante, peregrinan muy lejos de la Presidenta, que estaría ganando en primera vuelta. Las encuestas que favorecen a la jefa del Gobierno parecen marcar esos momentos únicos en la política, en los que sólo se puede recibir sin dar.
En tales tiempos, forzosamente perecederos, el gobierno de Cristina Kirchner pudo darse el lujo de postergar la entrega de las declaraciones juradas de los funcionarios a la Oficina Anticorrupción hasta después de las internas obligatorias del 14 de agosto. Hay tanta sensación de impunidad electoral en los que gobiernan como complicidad en ese organismo de la administración. Nada penetra, por ahora, en la envoltura de amianto que cubre a la Presidenta. Tampoco pudieron contra esa protección política ni la ya larga escasez de combustibles ni el método claramente estalinista que usó para dirimir las listas de candidatos. Son pequeñas fogatas que nadie sabe cuándo se convertirán en un fuego más devastador.
La inmunidad del oficialismo es equiparable a las imposibilidades de la oposición La situación es extraña sobre todo para Alfonsín, a quien debe reconocérsele que ha hecho esfuerzos políticos importantes en los últimos tiempos. Aceptó, al menos, que tenía dos grandes debilidades: la penuria electoral en provincia de Buenos Aires y cierto vacío en su propuesta económica. Javier González Fraga y Francisco de Narváez estaban fuera de las fronteras políticas e ideológicas que se había trazado el candidato radical. Fue, sin embargo, en busca de ellos. Hizo kirchnerismo puro, señaló un peronista admirado por su pragmatismo.
Esas cruciales decisiones carecen aún de repercusiones en las encuestas, por lo menos en las que se conocen hasta ahora. Es cierto que Alfonsín debe convivir con el respeto que produce su apellido y, al mismo tiempo, con el recuerdo de la última experiencia de gobierno de su partido, que concluyó con la espectacular crisis de principios de siglo. El resultado consiste en un candidato con altos niveles de imagen positiva que no se trasladan a la intención de votos.
Es cierto que el candidato radical mantiene abiertas las viejas y las nuevas heridas dentro de la propia estructura partidaria. El presidente del comité nacional, Ernesto Sanz, no olvidó todavía que el gran enfrentamiento que tuvo con Alfonsín, en los tiempos en que competían por la candidatura radical, consistía en que Sanz quería hacer lo que Alfonsín hizo luego. La admisión de un acierto ajeno no sería un error, sino todo lo contrario, pero Alfonsín lo combatió a Sanz con las armas de una dura crítica a las posiciones que él adoptó más tarde. Nunca hablaron sinceramente entre ellos y nunca, por lo tanto, Alfonsín le explicó las razones de su cambio.
Las nuevas laceraciones las provocó la alianza con De Narváez en la provincia de Buenos Aires. En pueblos y ciudades del interior provincial hay radicales que han quedado relegados por peronistas a los que han combatido toda la vida. Hay rencores que todavía sobreviven.
Todos se conocen desde siempre en esas comunidades pequeñas y cada uno sabe dónde estuvo el otro en las batallas políticas de los últimos años. La tarea de suturar heridas se convirtió ya en una prioridad para Alfonsín, porque su fuerza electoral se asentará siempre, en primer lugar, en la mística y en la cohesión de su propio partido.
Existe la sensación de que hay dos Duhalde. Uno es capaz de hablar con el ex presidente Lula por teléfono durante horas, como lo hizo en los últimos días, para analizar el fenómeno mundial de los indignados. Tuvo sagacidad también para detectar que la oferta progresista ya está saturada. El Duhalde de hoy está mucho más a la derecha del Duhalde histórico. Su intuición o su instinto le dicen que el eterno péndulo social podría comenzar a moverse en cualquier momento.
El otro Duhalde cree muy poco en la construcción política mediática, que es la construcción de estos tiempos. Está abrazado al viejo esquema de edificar la política con los antiguos aparatos partidarios y con la lealtad asegurada de antemano. Sus listas de candidatos han sido muy poco eficientes si se tienen en cuenta los reclamos sociales de renovación política. Amigos de toda la vida o familiares directos fueron su opción. Duhalde confía en que su nombre y el recuerdo de su papel durante la última gran crisis le sobran y le bastan. Con todo, ha estado en los últimos tiempos cosechando los votos presidenciales (o algunos de ellos) que Macri dejó vacantes. Eso es lo que lo aproximó a Alfonsín.
Cristina Kirchner se enfrentará en las próximas semanas a importantes elecciones distritales (Capital, Santa Fe y Córdoba) en las que resultará perdidosa. Esos resultados podrían afectar la imagen de líder ganadora que está construyendo el oficialismo desde principios de año. Los efectos se terminarán ahí. Ni Macri ni los socialistas santafecinos ni el peronismo delasotista en Córdoba tienen referentes presidenciales en la competencia nacional. La única modificación podría surgir si el radical Oscar Aguad o el independiente Luis Juez se impusieran a De la Sota en Córdoba.
Si la Presidenta ganara en primera vuelta, y si las elecciones de Macri confirmaran las mediciones de estas horas, luego de octubre habrá, durante cierto tiempo, dos líderes casi excluyentes: Cristina Kirchner y Macri. El peronismo comenzará, al mismo tiempo, un proceso de renovación lejos del kirchnerismo, al que acusa en voz baja de haber expulsado del poder al partido de Perón. Los candidatos de la renovación ya están: serán De la Sota, si ganara Córdoba, y el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey.
De la Sota rompió con el kirchnerismo por el despótico manejo de éste de las listas de candidatos. Urtubey se trenzó en una sorda (y no tan sorda) guerra con el gobierno nacional por los cortes de gas. Salta es la segunda provincia productora de gas del país y la falta de combustible está afectando seriamente al turismo invernal.
Urtubey eligió a Julio De Vido para pelearse; es una buena estrategia, porque el ministro figura entre los personajes más impopulares del Gobierno. El gobernador sabe que se está enfrentando, de todos modos, con el propio kirchnerismo. Es una diferenciación muy parecida a la que Urtubey exhibió con la amable hospitalidad que le dispensó en su provincia a Mario Vargas Llosa, cuando éste era perseguido en la Capital por el fanatismo kirchnerista.
Cristina arrastra y arrastrará sus propias cadenas. Sin embargo, es notable que la confusión política sea también lo que más centellea entre los opositores, que dejaron avanzar importantes elecciones provinciales sin hacer el intento de compartir eventuales victorias. Macri comenzará a pensar esta noche en su propio proyecto personal de poder. La Presidenta convive con la gloria y con el peligro.