Amparo al gatillo fácil
La obsolescencia en el armamento, deficiencias en el adiestramiento, el espíritu de cuerpo transformado en complicidad, explican la persistencia de fatales percances en intervenciones policiales.
Los últimos días fueron lastimosamente pródigos en fatales percances protagonizados por personal policial.
En el barrio porteño de San Telmo, a un agente de policía que perseguía a dos supuestos ladrones se le cayó al suelo el arma reglamentaria, de la que escapó un tiro que mató a un joven transeúnte, ajeno al hecho. En rápida y corporativa reacción, el organismo de seguridad explicó en un comunicado que se trató de un trágico accidente. Por remanida, esa versión ya resulta inconvincente, de difícil aceptación, tanto que la ministra de Seguridad de la Nación, Nilda Garré, afirmó que "como mínimo, existió negligencia" por parte del agente.
En el partido bonaerense de Florencio Varela, a su vez, un agente franco de servicio mató a un joven e hirió a otro al repeler el ataque que, según sus dichos, le inferían para robarle el auto.
Y en Jesús María, personal policial hirió en la espalda a un joven que presuntamente intentaba huir de un procedimiento de control en la ruta 9. El herido quedó internado, "con pronóstico reservado", en el Hospital San Roque de la ciudad de Córdoba. Las autoridades policiales de esta ciudad y el fiscal José Almeyda declinaron dar información alguna al respecto.
El apresurado comunicado dado en Buenos Aires en relación con la muerte en San Telmo y el harto prudente silencio policial en Jesús María aparecen ante la sociedad, saturada de acciones y reacciones similares, como viejos reflejos condicionados del espíritu corporativo de la fuerza, cuyos integrantes no consiguen, al parecer, distinguir la diferencia que existe entre espíritu de cuerpo y complicidad. Abundan policías de gatillo fácil protegidos por sus camaradas.
De manera periódica, los gobiernos nacional y provinciales anuncian la compra de moderno armamento para sus organismos de seguridad. La pregunta es qué clase de equipamiento se adquiere. Si se parte del principio elemental de que las pistolas modernas tienen mecanismos que tornan casi imposibles los disparos accidentales en caso de caída del arma, se entiende por qué perdura el escepticismo de la población cuando se producen esas luctuosas fugas de proyectiles. Existe la impresión de que un sector del personal tiene armamento obsoleto o sin mantenimiento.
Ni hablar del adiestramiento de los agentes ingresantes, en el cual las medidas de seguridad parecen ceder en importancia ante el paso de desfile. No hay más que ver al personal que custodia bancos, financieras y organismos públicos: todos con el arma de repetición colgada al azar del hombro o esgrimida con el caño apuntando al pecho de los transeúntes. Naturalmente, puede suceder que se les adiestre de manera correcta, en cuyo caso el personal olvida o no respeta, sin sanción, las recomendaciones recibidas.
Es allí donde el empeño de las autoridades no debe descansar.