AMIA: ayer, hoy y siempre, nuestro reclamo de verdad y justicia
Hace exactamente 25 años estallaba por los aires el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina en la ciudad de Buenos Aires. Una mañana como la de hoy, un atentado terrorista derribaba los cimientos de una Institución clave para la vida comunitaria de la colectividad judía de nuestro país poniendo fin a la vida de decenas de personas. Es imposible olvidar el impacto de ese estruendo, es imposible no recordar el dolor y el espanto grabado en el rostro de los familiares de los que allí perdieron la vida, su desconcierto, su impotencia ante la fuerza homicida de ese ataque.
Desde el momento posterior inmediato a ese estallido, fueron tantas las declaraciones que se enunciaron prometiendo investigar la responsabilidad de esa masacre, la más atroz padecida por la comunidad judía en la diáspora luego de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, de aquellos escombros y de aquellas promesas, nada ha surgido más que dolor e impunidad. Lo cierto es que tanto el atentado a la sede mutual como su investigación estuvieron viciados por complicidades, externas e internas, por pactos de silencio, por intereses oscuros que terminaron arrojando a la soledad más absoluta a los muertos, a los sobrevivientes y a sus seres queridos. Una impunidad que, debemos decirlo, como toda impunidad, terminó duplicando el estrago ocasionado por la brutal violencia del atentado.
Vale recordar que la AMIA, ese edificio emblemático de la calle Pasteur, había sido erigido en las primeras décadas del siglo pasado como refugio y contención social para miles de inmigrantes de ultramar, como referencia para su vida cultural y política en un país que como la Argentina, abría sus puertas con generosidad, como ningún otro en el mundo, a "toda persona de buena voluntad que quisiera habitar su suelo". Su voladura, su transformación en escombros, fue un golpe descomunal al sueño de una sociedad plural y diversa, sostenida en los sagrados valores del diálogo y la convivencia.
La destrucción de la AMIA nos dolió aquel día y nos sigue doliendo. Y la dilación de justicia y la correspondiente sanción a los responsables de esa masacre nos sigue avergonzando como miembros de una sociedad comprometida con los valores del respeto a la dignidad humana.
Por eso, a 25 años de aquella mañana fatídica de julio de 1994, no podemos más que reforzar nuestra solidaridad con las víctimas, con los sobrevivientes y con sus familiares, reiterando, una vez más, nuestra demanda de justicia y nuestra exigencia,como ciudadanos, de que la verdad salga finalmente a la luz para que los muertos, aquellos que fueron sepultados entre los escombros por el odio irracional del terrorismo, descansen, finalmente, en la justa paz que se merecen.
Por Guillermo Whpei