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Alberto Fernández en modo Ringo Bonavena

El título vintage de esta columna pide que remita al lector ajeno a la mitología deportiva vernácula al googleo de Ringo Bonavena.

El título vintage de esta columna (que tiene una aclaración al final que ruego sepa comprender) pide que remita al lector ajeno a la mitología deportiva vernácula al googleo de Ringo Bonavena. Allí encontrará la célebre descripción con la cual el boxeador explicaba la soledad extrema de su profesión “…tocan la campanita, te sacan el banquito y te quedas sólo en el ring con uno enfrente que te quiere arrancar la cabeza”

Pues bien, idéntica descripción cabría para el momento de Alberto Fernández, al frente de un país devastado, con necesidades urgentes que florecen debajo de cada piedra y con la enorme tensión de intereses que se hacen aún más feroces cuando la torta -como sucede en Argentina- es cada vez más chica. A esto agregarle que va consumiendo la primavera de sus primeros cien días a la velocidad de la luz, un poco por lo terminante de los resultados de agosto que a la sazón adelantaron el reloj y otro poco por lo condicionante de los resultados de octubre…alguno debe estarse lamentándose ahora no haber hecho bien los cálculos de cara a las elecciones que cuentan en diputados y senadores.

También, y no es menor, recordar que por más coalición que aupe el proceso electoral y dando por descontado la mayoría terminante en la misma de la porción que aporta CFK, el Presidente es quien consume su capital político más que ninguno y antes que nadie del mismo modo que ostenta el privilegio exclusivo de la lapicera que gobierna el Estado y que será el primer y principal beneficiario de las mieles de sus aciertos. El sistema presidencialista que adopta nuestra constitución y la tradición hiperpresidencialista que ha constituido nuestro sistema político es el que termina de definir este cuadro de situación.

Si el desconocido Martín Guzmán se vuelve el Lavagna del 2002, entonces Alberto se convertirá en el Duhalde del 2003. Si Santiago Cafiero suma horas de vuelo y se proyecta al escenario electoral, entonces Alberto devendrá en jefe político de un “ismo” propio. Si el gabinete variopinto que armó logra que el país mire, por fin, la luz al final del túnel con cierta claridad, tendrá derecho a un segundo mandato e inaugurará un tiempo inédito en el peronismo más allá de su eventual decisión. Por ahora, Alberto mira el precipicio de cerca porque el país que lo eligió para gobernar tiene esa tendencia cíclica a pararse en los bordes. Y no es el precipicio del llano que en algún momento de su historia política eligió. Es el precipicio de un país que -una vez más- pareciera no tener más margen para caer.

Si llegó hasta aquí le cuento que estas líneas tenían otra vocación y otro nombre. Entender lo vertiginoso y aluvional de los primeros días de Alberto Presidente era el intríngulis a desarrollar. A ojo, lo sucedido del 10 a hoy (mediodía del 18 de diciembre), tiene la impronta de la urgencia que uno podría suponer ya digerida por un Presidente y su equipo anoticiado de las responsabilidades actuales desde el 11 de agosto pasado. Si bien cuando decante el agua algunas cosas se observarán que fueron cocinadas con tiempo y sigilo, otras padecen el estar sometidas a las marchas y contramarchas propias del apuro y de cierto grado de improvisación. Y aquí va el remate con lo que iba a ser el verdadero nombre de esta columna: “El Momento Monto del Capitán Beto”.

La unificación en Montoneros de las agrupaciones armadas de principios de los 70 buscando la patria socialista como objetivo común implicó el ensanchamiento con esas formaciones de su bagaje conceptual. “Cuando la estrategia es acertada, toda táctica es conducente” es una frase de aquella época de clara influencia leninista que bien podría usarse para explicar de diversos ángulos la misma situación. El Momento Monto del Capitán Beto implica que su discurso inaugural del 10 de diciembre explicó la estrategia y que las modulaciones tácticas producidas en estos días (y las que seguramente se producirán en los siguientes) pueden ser contradictorias y objeto de crítica, pero mientras ninguna vaya en contra de la estrategia, entonces van en función de la misma.

Entenderá, querido lector, que al carecer de la calidad de un Capusotto que puede mirar la política jugando con los tabúes para deconstruir los prejuicios, me queda sortear párrafos para invitarlo a mirar al Presidente en el medio del ring, esquivando golpes y mirando a su rincón diciendo “tranquilos, yo sé cómo ganarle al negro”

¡Feliz Navidad y Buen año!

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