Ajuste para todos
Los voceros del gobierno de la presidente Cristina Fernández de Kirchner quisieran hacer pensar que sólo es cuestión de algunos retoques menores que no perjudicarán a nadie, de ahí las alusiones a la "sintonía fina" que según ellos está en marcha.
Pero millones de personas ya se han visto obligadas a ajustar el presupuesto familiar para hacer frente al aumento abrupto de las tarifas energéticas y de diversos servicios públicos que tendrán que abonar, además de la suba constante de los precios en los supermercados y almacenes. Luego de haber estimulado durante años el consumo de energía, el gobierno ha adoptado una política radicalmente distinta porque los costos de importarla –el año pasado tuvimos que pagar 3.500 millones de dólares– amenazan con hacer trizas lo que aún queda del superávit comercial. También está haciéndose sentir el bloqueo a las importaciones dispuesto por el infatigable secretario de Comercio Guillermo Moreno: por desgracia, la industria local no está en condiciones de reemplazar todos los bienes que la gente se ha acostumbrado a comprar pero que comienzan a escasear.
Para el gobierno, se trata de una operación muy difícil no sólo porque se ha comprometido una y otra vez a no ajustar nunca sino también porque sus integrantes no pueden sino entender que la popularidad llamativa de la presidenta Cristina, y por lo tanto su triunfo arrollador en las elecciones de octubre del año pasado, se debió en cierta medida a la sensación de que la economía iba viento en popa. Si bien a los oficialistas más fervorosos les gustaría atribuir la "hegemonía" alcanzada por Cristina al atractivo a su juicio irresistible del "relato nacional y popular" que, nos aseguran, les ha permitido ganar "la batalla cultural" contra adversarios de ideas muy distintas, no cabe duda de que el boom de consumo preelectoral incidió en la actitud de amplios sectores, razón por la que el gobierno se las arregló para prolongarlo hasta el cierre de los cuartos oscuros. Así las cosas, estarán esperando con cierta inquietud la reacción de la gente frente a la "sintonía fina". De ser tan poderoso como creen algunos "el carisma" de Cristina, no tendrán por qué preocuparse; en cambio, si como sospechan los escépticos la presidenta debió su victoria electoral a la esperanza difundida de que la economía seguiría brindando una impresión de prosperidad incipiente, como antes de las elecciones, el clima político podría modificarse de manera drástica en los meses próximos.
En algunas partes del mundo –en ciertos países desarrollados de tradiciones puritanas y en los "emergentes" de Asia oriental– la mayoría no se siente asustada por la palabra "austeridad", ya que desde su punto de vista ahorrar es una virtud. Por lo tanto, los ajustes fuertes que están aplicándose en el norte de Europa cuentan con el apoyo de una proporción sorprendente del electorado. En cambio, en nuestro país la palabra "ajuste" es considerada desde hace décadas una de las más antipáticas del léxico político, un sinónimo de insensibilidad, injusticia social y perversidad neoliberal, motivo por el que la presidenta y sus colaboradores han recurrido a eufemismos para calificar la reducción del gasto público exigida por las circunstancias.
Puede que el compromiso así manifestado haya ayudado al oficialismo a aumentar su poder político, pero también significará que muchos se sientan engañados al darse cuenta de que ha llegado la hora de afrontar un período de estrechez relativa. En tal caso, la voluntad generalizada de pasar por alto los errores y los actos de corrupción cometidos por personajes vinculados con el gobierno no tardará en verse reemplazada por una actitud mucho menos tolerante. Es lo que sucedió al promediar los años noventa al frenarse el crecimiento vigoroso de los primeros años de convertibilidad y también en el 2009 cuando, sin que el Indec lo registrara, el país experimentó una recesión breve. Mal que bien, la marcha de la economía suele influir mucho en el estado de ánimo de la mayoría, de suerte que no sería del todo sorprendente que los costos políticos para el gobierno de la ralentización prevista resultaran ser bastante elevados, lo que enfrentaría a los propagandistas oficiales con lo que para ellos sería un desafío muy complicado.
Para el gobierno, se trata de una operación muy difícil no sólo porque se ha comprometido una y otra vez a no ajustar nunca sino también porque sus integrantes no pueden sino entender que la popularidad llamativa de la presidenta Cristina, y por lo tanto su triunfo arrollador en las elecciones de octubre del año pasado, se debió en cierta medida a la sensación de que la economía iba viento en popa. Si bien a los oficialistas más fervorosos les gustaría atribuir la "hegemonía" alcanzada por Cristina al atractivo a su juicio irresistible del "relato nacional y popular" que, nos aseguran, les ha permitido ganar "la batalla cultural" contra adversarios de ideas muy distintas, no cabe duda de que el boom de consumo preelectoral incidió en la actitud de amplios sectores, razón por la que el gobierno se las arregló para prolongarlo hasta el cierre de los cuartos oscuros. Así las cosas, estarán esperando con cierta inquietud la reacción de la gente frente a la "sintonía fina". De ser tan poderoso como creen algunos "el carisma" de Cristina, no tendrán por qué preocuparse; en cambio, si como sospechan los escépticos la presidenta debió su victoria electoral a la esperanza difundida de que la economía seguiría brindando una impresión de prosperidad incipiente, como antes de las elecciones, el clima político podría modificarse de manera drástica en los meses próximos.
En algunas partes del mundo –en ciertos países desarrollados de tradiciones puritanas y en los "emergentes" de Asia oriental– la mayoría no se siente asustada por la palabra "austeridad", ya que desde su punto de vista ahorrar es una virtud. Por lo tanto, los ajustes fuertes que están aplicándose en el norte de Europa cuentan con el apoyo de una proporción sorprendente del electorado. En cambio, en nuestro país la palabra "ajuste" es considerada desde hace décadas una de las más antipáticas del léxico político, un sinónimo de insensibilidad, injusticia social y perversidad neoliberal, motivo por el que la presidenta y sus colaboradores han recurrido a eufemismos para calificar la reducción del gasto público exigida por las circunstancias.
Puede que el compromiso así manifestado haya ayudado al oficialismo a aumentar su poder político, pero también significará que muchos se sientan engañados al darse cuenta de que ha llegado la hora de afrontar un período de estrechez relativa. En tal caso, la voluntad generalizada de pasar por alto los errores y los actos de corrupción cometidos por personajes vinculados con el gobierno no tardará en verse reemplazada por una actitud mucho menos tolerante. Es lo que sucedió al promediar los años noventa al frenarse el crecimiento vigoroso de los primeros años de convertibilidad y también en el 2009 cuando, sin que el Indec lo registrara, el país experimentó una recesión breve. Mal que bien, la marcha de la economía suele influir mucho en el estado de ánimo de la mayoría, de suerte que no sería del todo sorprendente que los costos políticos para el gobierno de la ralentización prevista resultaran ser bastante elevados, lo que enfrentaría a los propagandistas oficiales con lo que para ellos sería un desafío muy complicado.