"Acá ya no hay nadie": la tragedia de los pueblos abandonados de Argentina que vivieron años de esplendor gracias a sus estaciones de tren
Poca gente pasa por este majestuoso boulevard, atravesado por 12 enormes palmeras donde caminó un príncipe.
En este pueblo de Ernestina, en la provincia de Buenos Aires, en Argentina, hay menos habitantes que sillas en la iglesia; una iglesia neogótica con vitrales y techo bañado en bronce que los sábados recibe una decena de fieles y cada tanto, cada vez menos, alberga un matrimonio.
La humedad está acabando con el teatro, donde avisos que dicen "el que escupe en el suelo es un maleducado" dan fe de un pasado de galanura, de realeza.
Por acá pasó en 1925 el príncipe de Gales Eduardo VIII, quien durante un trayecto en tren hacia la estancia Huetel, una de las más suntuosas del país, paró en la estación de Ernestina y -se cree- visitó las cuatro cuadras que forman el pueblo.
Pero hoy de ese pasado no quedan ni la panadería ni la carnicería ni la farmacia, cuyos vistosos edificios están a la deriva del tiempo.
"Pero nosotros no somos fantasmas", asevera Noemí Rissitelli, una lugareña de 68 años que responde con vehemencia a quienes han graduado a su tierra natal de "pueblo fantasma".
"Los que estamos acá decidimos quedarnos, nos gusta la tranquilidad, queremos el pueblo y estamos felices", afirma.
2.500 pueblos
Argentina está repleta de pueblos rurales como Ernestina que parecen haber sido abandonados por un sistema que desde los años 50 concentró sus esfuerzos en las ciudades, donde hoy vive el 92% de la población.
La ONG Responde, que incentiva la recuperación de estos pueblos, estima que hay casi 2.500 localidades rurales alrededor del país, de los cuales 625 tienen una caída importante del número de residentes.
En Ernestina el censo contabilizó 2.000 habitantes en 1960, pero ahora son 150. Y la mitad de ellos, jubilados.
"Tres cosas se conjugan para dar con este éxodo", dice Leandro Vesco, periodista del portal bonaerense El Federal y presidente de Proyecto Pulpería, una ONG que trabaja en estos pueblos.
"Primero está la caída de los ramales ferroviarios, luego la caída o la tecnificación de la actividad agrícola y por último el mal trazado de las vías para autos, que no tuvieron en cuenta los caminos reales que conectaban a estos pueblos", explica.
Rissitelli, que crió a sus hijos en Ernestina, añade: "Los jóvenes se tienen que ir para estudiar la facultad, acá no tienen nada, no tienen en qué trabajar".
Sin trabajo
Sentado en el Club Atlético Ernestina, uno de los dos establecimientos sociales del pueblo, el excampesino Luis Amichetti le explica BBC Mundo por qué, según él, "acá ya no hay nadie".
"Hace 25 años usábamos las manos para limpiar la maleza, juntar la producción y empacarla, pero ahora eso lo hace una máquina más rápido y con más eficiencia", explica.
Amichetti es el único cliente del club en el momento. No consume ni un vaso de agua. Y ve los resultados de la lotería pese a no haber apostado.
Rodeado de mesas vacías, una mesa de billar polvorienta y los cachos de un toro colgados de la pared, el hoy barrendero del pueblo remata: "Las máquinas nos quitaron la mano de obra".
Argentina ya no es ni el granero ni la despensa del mundo, pero sigue siendo un importante productor agrícola.
La industria, sin embargo, está cada vez más tecnificada y automatizada y el cultivo de soja, que se convirtió en el primer producto exportador del país, prácticamente no necesita mano de obra.
Sin tren
El delegado de Ernestina, Guillermo Cavallero, ahonda en los efectos del cierre de las ferrovías.
"Luego de que cerraron, se volvió muy costoso viajar a capital (la ciudad de Buenos Aires, a 180 kilómetros). Necesitas 1.000 pesos (US$62) para llegar", explica.
Durante la segunda mitad del siglo XX, el Estado argentino poco a poco fue desmantelando el sistema ferroviario que conectaba a este extenso país.
Este proceso se aceleró en la década de los 90 durante el gobierno de Carlos Menem, y las mercaderías comenzaron a transportarse en camiones por las rutas.
Los pueblos cuya actividad económica y social giraba en torno a la estación quedaron relegados, sobre todo en planicies extensas como la provincia de Buenos Aires, un territorio tan grande como Ecuador.
El gobierno de Mauricio Macri, en alianza con el de Buenos Aires, inauguró la semana pasada el trazado de tren que irá de la capital a Mar del Plata, una ciudad costera a 400 kilómetros.
La idea del gobierno es reactivar los trenes de todo el país, algo que también había intentado a gestión anterior de Cristina Kirchner.
Los ingleses, interesados en las materias primas y el comercio, fueron los mayores artífices de una red ferroviaria que, con casi 50.000 kilómetros de vías, era una de las más grandes del mundo. Todas las líneas confluían en el puerto de Buenos Aires.
El fundador de Ernestina, Enrique Agustín Keen, era descendiente de inmigrantes ingleses. Y la estación del pueblo fue la primera en erigirse en la zona.
Hoy de los Keen sólo queda el recuerdo de una acaudalada familia que mantuvo por cinco generaciones su propiedad de 10.000 hectáreas en la zona. Hasta que vendieron y se fueron.
Y la estación, que por su estilo bien podría estar en cualquier pueblo de Inglaterra, es la sede de las autoridades: un policía y un delegado municipal que vienen por las mañanas, porque residen en otras localidades.
Por un futuro distinto
Hasta hace 2 años Ernestina estaba literalmente abandonado, asegura el delegado.
"Era una coordinación dependiente del pueblo de al lado, Pedernales, y ahora es una delegación, que tiene un grado más de autonomía", explica.
Su intención de que el pueblo crezca turísticamente coincide con la de otras organizaciones como Proyecto Pulpería o Naturalmente Las Flores que quieren reimpulsar estas "cáscaras del pasado", como las describe Vesco.
El Colegio de Monjas de Ernestina, por ejemplo, está abandonado. El patio, forrado en hojas otoñales que nadie barre y con un parque de juegos oxidado y desteñido, parece la escena de una película de terror. El pintoresco carrusel blanco y rojo está lleno de goteras.
Pero Cavallero quiere convertirlo en un centro cultural, donde haya ferias, exposiciones y emprendimientos.
Fuente: BBC
El Colegio, que es uno de los edificios que bordean el gran boulevard San Martín, ha estado envuelto a un complejo conflicto de propiedad y lleva décadas sin uso.
"A pueblo pequeño, tragedia grande", dicen los lugareños.
Pero Cavallero está empeñado en tomarse el Colegio para renovarlo. "Y empezaremos por limpiar esas hojas".