Abuso de la cadena nacional
La jefe del Estado viene violando la ley de medios, convirtiendo cada acto presidencial en un mitin de barricada.
Con una discrecionalidad rayana en el abuso, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner emplea la cadena nacional de radiodifusión como si se tratara de un recurso para usar a su antojo y no una herramienta a la cual puede recurrir sólo "en situaciones graves, excepcionales o de trascendencia institucional", como estipula el artículo 75 de la ley de servicios de comunicación audiovisual que impuso la propia jefa del Estado.
¿En qué gravedad, excepcionalidad o trascendencia se encuadra el lanzamiento de su candidatura a la reelección ? En ninguna.
La Presidenta debería dar el ejemplo y ser la primera en cumplir con la ley. Sin embargo, no duda en violarla con sus sucesivas apariciones en la cadena nacional, degradando el significado que debe tener ese recurso excepcional sólo en circunstancias que ameriten utilizarlo.
Han sido varias las ocasiones en que la presidenta Kirchner ha reunido en burdos espectáculos públicos a sus propios colaboradores y a invitados especiales para cobijarse al calor de vítores y aplausos. En la mayoría de los casos, los anuncios no revistieron ninguno de los preceptos establecidos por la ley. La cadena nacional ha pasado a ser, de ese modo, una imposición a la ciudadanía.
Ni su marido cuando era presidente usó tantas veces ese recurso como la actual mandataria. Néstor Kirchner habló por cadena nacional sólo dos veces en sus cuatro años de gobierno. En cambio, Cristina Kirchner comenzó a usarla el 25 de mayo de 2008, en ocasión del 198° aniversario de la Revolución de Mayo y, desde entonces, la ha convertido en un hábito pernicioso que, además de alterar la programación de radios y canales de televisión, crea expectativas que después no se condicen con la entidad de los anuncios formulados.
Ha sido desafortunado, esta vez, que todo se redujera a "someternos una vez más" a la voluntad popular, como si la decisión de ser candidata a ser reelegida en el cargo que ocupa fuera una decisión que concerniera al Estado nacional, cuando en verdad se trató de una decisión personal.
Con tono de broma, un diputado opositor llegó a decir, no sin razón, que en cualquier momento será utilizada la cadena nacional para emitir el programa pseudoperiodístico 6, 7, 8 , de Canal 7. No suena descabellado, en vista del abuso presidencial de ese recurso desde que notó, en 2008, que era una excelente vía de comunicación para enfrentarse a los dirigentes del campo en la pugna por la resolución 125, de retenciones móviles a las exportaciones agrícolas.
En todos los casos, sus discursos han sido pronunciados en un salón repleto de ministros, funcionarios, gobernadores, intendentes, empresarios, sindicalistas y amigos de aplauso fácil y sonrisa persistente.
Es evidente que hay una impronta de Fidel Castro y Hugo Chávez en este estilo populista y demagógico de comunicación, pero existe una diferencia fundamental: el presidente venezolano no ha dejado de organizar conferencias de prensa, mientras que su par argentina participó de una sola y luego faltó a su palabra de repetirlas, algo que también ocurrió en la gestión de su marido.
El uso y abuso de la cadena nacional, a su vez, está supeditado ahora a una crónica impuntualidad que pone en aprietos a las emisoras, que deben interrumpir su programación para cederle el espacio correspondiente. Se anuncia a una hora y suele comenzar varios minutos después, y no queda claro si se está emitiendo la cadena oficial (optativa) o la nacional (obligatoria). Como no se trata de algo excepcional, ese déficit de comunicación, otro punto flojo del Gobierno desde los tiempos de Néstor Kirchner, se ha convertido en una constante. El comienzo depende, en realidad, de la presencia de la primera mandataria frente al atril y de la concurrencia en sus asientos.
Es hora de madurar. No se puede confundir una candidatura, así sea la presidencial, con un anuncio de ribetes institucionales ni se puede insistir en usar un recurso que debe ser preservado como extraordinario para fines partidarios o políticos. Se trata de algo tan simple y elemental como cumplir con la ley, y dejar de convertir cada acto presidencial en un mitin de barricada en el cual resultan patéticos los gestos y las expresiones de júbilo de gente que se supone seria y preparada, y que no debería hacer ese tipo de méritos para ganarse un lugar en la vereda del poder.