A veces hay que patear el tablero: relaciones de una noche, hijos para siempre
Pocas cosas me producen tanto rechazo como los varones que no quieren reconocer a un hijo.
Por Cristina Wargon
@CWargon
Cuando el tema salta a los titulares de los diarios porque involucra a un famoso, quisiera estrangularlo con mis propias manos, y en el acto me dejo llevar por el dulce tobogán de la "voz de las mayorías", me acomodo en el mullido almohadón de lo políticamente correcto, y me siento confortablemente amparada por toda la sociedad. Sin embargo, la verdad es que, en contra de lo que siento, me parece que estoy equivocada.
Los invito a pensar conmigo porque este es, básicamente, un tema para debatir: más allá de los famosos, hay un cúmulo de hombres que no se hacen cargo de sus hijos. Entre ellos, existe un subgrupo más reducido que es el integrado por aquellos con los que se ha tenido una relación estrictamente ocasional: se trata del tipo de encuentros que, de antemano están predestinados a no tener un mañana, ni implican ningún compromiso entre dos adultos. La historia es siempre la misma: aparece una chica (o no tanto) diciendo el hijo es de Fulano, se pide un ADN, se confirma que ese hijo es del señalado y se lo obliga a darle el apellido y a mantenerlo según indica la ley (muy sensata y justa en ese punto).
Superada esa instancia legal, llegamos las buenas almas para crucificarlos como verdaderas basuras humanas porque se resisten a "querer" a sus hijos, a denostarlos porque no son "buenos padres".
Nada más injusto ni erróneo: esos señores ni siquiera son padres. Si bien es difícil definir qué es un padre, de algo estoy segura: no es un padre quien sólo aporta su ADN, tampoco aquel que participó de una noche de placer ni el que no se tomó el trabajo de evitarlo. A ellos, sólo se les puede pedir lo que la ley exige, ni más ni menos. Pero la ley no puede obligar a alguien "querer" a otra persona.
Por otra parte, si bien es difícil definir qué es un padre, sabemos que la paternidad siempre surge del "deseo" de "ser papá", no de un accidente o imprudencia. A partir de ese deseo se estructura la amorosa responsabilidad, la dolorosa ley que deberá impartir como padre, y se inicia esa tarea que se sostendrá a lo largo de la vida y sólo cortará la muerte.
Cualquiera puede tener un hijo, pero no cualquiera puede ser un padre.
Antes de juzgar a los varones, sería bueno reflexionar sobre nuestros sentimientos femeninos, ya que, desde un estricto punto de vista relacionado con el "deseo", nosotras no actuamos de manera tan diferente a la de los hombres: como mujer, siempre he reclamado para mí el derecho de decidir sobre mi cuerpo. Las nuevas campañas, a las que adhiero, proclaman "Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir".
Entonces, si una reclama para sí misma el derecho a la no maternidad cuando no es deseada ¿por qué habríamos de exigirles a ellos ese amor, que en algunos momentos de nuestras vidas no estamos en condiciones de dar?
Obviamente estoy hablando del dolor, del dolor de un hijo que sabe que no es querido, del dolor de un varón puesto frente a esa prueba que no podrá afrontar, del dolor de una mujer que es obligada a ser madre sin desearlo y del indescriptible dolor de un aborto.
Obvio es también que no creo tener toda la razón, ni ser la única opinión valedera, pero, de vez cuando, es necesario patear el tablero.
Eso he hecho.