¿A quién le ganó Cristina?
*Por Mario Fiore. El kirchnerismo demostró que es el principal producto en las urnas porque su victoria es también cultural. El discurso de la recuperación del Estado se impuso al de la oposición que sólo planteó una defensa de la República.
Son días dorados para Cristina Fernández. Sus planes, esos que decidió cuando Néstor Kirchner era velado en la Casa Rosada y las muchedumbres dolidas le pedían que siguiera adelante, se están cumpliendo a la perfección. El 50,07% de los votos que cosechó el domingo la ratifica como principal líder político del país, pero además le dieron enorme autonomía para no compartir decisiones con nadie más. Precisamente, compartir decisiones es algo que no está acostumbrada a hacer.
La Presidenta ganó sola, sin la ayuda de nadie. Sacó más votos que cualquier otro candidato que se colgó de la lista que ella encabezó y digitó. Éste era su desafío hacia el interior del justicialismo gobernante que, tras la muerte de Kirchner, comenzó a prepararse para una larga transición de cuatro años. Ahora, este peronismo deberá obedecerla. No sólo porque Cristina maneja un Estado que regentea una economía en tiempos de vacas gordas sino porque, además, es dueña de sus votos y nadie le está prestando el poder.
El aparato peronista estuvo a su servicio, sin dudas. Ella lo usó, claro. Pero su victoria lo trasciende.
En su mensaje triunfal del domingo por la noche, la Presidenta describió una epopeya colectiva guiada por una pareja de preclaros: Néstor y Cristina.
En la pieza retórica, abrazada a su hija Florencia, la mandataria destacó un rol significativo de los jóvenes que se iniciaron en la política con ellos.
Los líderes peronistas de todo el país que apoyan su reelección desde gobiernos provinciales y comunales fueron reconocidos como simples colaboradores, que es el papel menor que juegan en la toma de decisiones cotidianas que ella concentra y apenas delega.
Si Cristina logra mantener este 50% o incluso superarlo el 23 de octubre, no habrá ningún impedimento en términos de legitimidad para que sus planes se concreten, aunque todavía no haya dado demasiadas pistas, más allá de la ratificación del rumbo económico en un marco de crisis global que genera incertidumbre. Incluso la reforma constitucional que el oficialismo niega y niega, podría estar a su alcance.
El salto de un sistema presidencialista -al que los Kirchner han llevado a su paroxismo- a uno semi-parlamentario, no debería crispar a una oposición no peronista que es la primera en creer que sólo puede gobernar el justicialismo y que se conforma con aspirar a no perder bancas en el Congreso.
Pero ¿a quién derrotó Cristina Fernández? En las urnas, a una oposición atomizada, muy deficitaria. Pero eso no sería, en términos estrictos, la novedad de estas elecciones primarias que sucedieron el domingo pasado. Se esperaba que Cristina ganara con contundencia, superando holgadamente a sus rivales. Aunque sin dudas sorprendió que la Presidenta acaparara la mitad de los votos y que los 9 candidatos de la oposición se repartieran porciones chicas o ínfimas de votos. Ninguno picó en punta.
Si retomamos a Beatriz Sarlo (la intelectual social-demócrata que se autodefine como "la anti-kirchnerista que los kirchnerista aman odiar") quizás podamos avanzar en otras lecturas. Sarlo sostiene que el kirchnerismo ganó la batalla cultural porque pudo construir un complejo entramado de mensajes y discursos que fueron prendiendo en la ciudadanía. Hace 20 años fue la convertibilidad, hoy lo es el modelo de inclusión social (con base en la generación de trabajo por vía de los incentivos al consumo).
Pero la batalla cultural K se enarboló contra enemigos cambiantes (todos los populismos necesitan de un "otro" poderoso al que hay que vencer). Primero fueron el menemismo y los años oscuros de la dictadura militar. Es decir, las políticas neo-liberales y sus gobiernos. Luego, hace sólo tres años, la Bestia Negra pasaron a ser los medios de comunicación, concebidos por el "kirchnerismo recargado" o "de segunda generación" como expresión de un poder fáctico o invisible que no se somete a las urnas.
Como explica Sarlo, fueron los intelectuales de Carta Abierta los que acercaron a los Kirchner la idea del "golpe destituyente" de los medios, el campo y las clases medias urbanas durante el conflicto por las resolución 125/08 y el Gobierno la toma y la hace propia.
Lo interesante es analizar cómo este conjunto de discursos de la segunda etapa del kirchnerismo, que el Gobierno recién hace suyo cuando se enfrenta con el campo, primero emerge como una estrategia discursiva puramente defensiva (entendiendo al ataque como la mejor defensa, por supuesto) porque se había quedado sin el apoyo de los grandes medios de comunicación, pero luego se transforma en una herramienta de hegemonía, entendida ésta no sólo en términos políticos de subordinación sino también cultural.
Aparecen el Fútbol para Todos y "6,7,8"; se propagan los medios ultra oficialistas al calor de la guerra contra Clarín, los blogs y el incansable machaqueo de la militancia K. La puja ya no gira en torno a los problemas de la economía o los vaivenes de la política sino que es entre paradigmas culturales que el kirchnerismo presenta con el simplismo de los cuentos que tienen sólo actores muy muy buenos y muy muy malos.
De ahí que funcionarios importantes del Gobierno nacional hayan salido a decir que la gran derrotada del domingo es la prensa que critica al oficialismo. Para Aníbal Fernández o Gabriel Mariotto, el enemigo a vencer son los medios y no los líderes de la oposición porque para ellos los opositores sólo existen en tanto y en cuanto aparecen en TN. De hecho, Fernández adjudicó la victoria de Mauricio Macri al "blindaje" que dice que éste tiene en los medios de mayor audiencia.
Sarlo habla en su libro "La audacia y el cálculo" de una victoria K en la batalla cultural. El domingo pasado, Cristina obtuvo 10 millones de votos y el kirchnerismo demostró que es el "producto" más "consumido" por los electores. Su ideario ha prendido.
Sería un error grueso no aceptar este veredicto para una oposición que construyó sus propuestas electorales mirando la foto de 2009 cuando Kirchner perdió en las urnas y enhebrando un discurso que tuvo como eje la recuperación de las instituciones y pocas ideas más.
Detrás de toda esta interpretación que la lectura de Sarlo despierta, queda lo obvio. La recuperación del Estado sigue siendo el principal patrimonio o activo del kirchnerismo. Los votos pro Cristina del conurbano bonaerense y del norte del país, donde las políticas más activas del Gobierno nacional se extendieron con mayor densidad y la oposición viene perdiendo fuerza territorial día a día, podrían indicar que allí la ciudadanía percibe un Estado presente. No es poca cosa.
Los mismos cómputos electorales señalan que el discurso "republicanista" de la oposición sólo hace pie en los electorados más independientes, que abrevan en otras tradiciones no peronistas. Aunque, de hecho, Cristina Fernández ganó en Córdoba, Capital y Santa Fe, donde sus candidatos-soldados fueron resistidos en las elecciones locales del último mes.
Cuando un país crece, prende más el discurso del éxito y la fuerza (porque recupera la autoestima de sus habitantes) que el que plantea la defensa de las instituciones (éste fue el eje de las campañas de Ricardo Alfonsín, Elisa Carrió y Eduardo Duhalde). Sólo los bolsillos flacos pueden obligar a un cambio de rumbo político.