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A pesar del relato, algo no anda bien

*Por Eduardo Van Der Kooy. Cristina se muestra impermeable a aceptar problemas. Su visión sobre la política ferroviaria resultó llamativa. Sobre todo, con la tragedia de telón.

Pidió no usar la muerte como recurso político, pero sigue apelando a su luto y su dolor. El PJ está ausente. El conflicto con Boudou.

Es probable que la política argentina esté viviendo otra de sus recurrentes paradojas. Cristina Fernández ganó las elecciones en octubre con el 54% de los votos y asumió hace apenas tres meses. En noventa días, se han encadenado síntomas políticos que antes que ratificar aquel veredicto social inapelable estarían anticipando la llegada de problemas y de tiempos más difíciles .

Las dificultades tienen relación con una economía que se complica en un mundo incierto. La economía se complica, también, porque la Presidenta resolvió colocarla a disposición del lápiz de almacén que siempre porta el supersecretario de Comercio, Guillermo Moreno. Pero influye en el nuevo panorama, además, la ausencia de política oficial . Su única expresión son los mitines bulliciosos y futboleros de La Cámpora. El peronismo permanece desaparecido. El viejo kirchnerismo se acurruca. Ese nuevo paisaje se observó en la Plaza Congreso y en el recinto, sólo ocupado por camporistas.

Ni sindicalistas ni viejos intendentes.

Tampoco podría soslayarse la gestión: hay un gabinete coreográfico , calladito, que se atreve a salir del virtual anonimato únicamente para tareas sencillas. Reivindicar las Malvinas, atizar el conflicto con Londres o castigar a Mauricio Macri. Sólo un par habla a escondidas con Hugo Moyano.

El otro dilema sería la propia Cristina . Resulta redundante hablar sobre su encierro y la personalización que hizo del poder. Lo que llama la atención ahora sería cierta brecha que se estaría abriendo con la sociedad, incluso con sectores que la catapultaron en las elecciones. ¿Qué estaría ocurriendo? Un distanciamiento de la Presidenta con la realidad tangible, con la dura vida cotidiana de millones de argentinos. Nadie sabe si cree a pie juntillas lo que dice. Tampoco, si la montaña de números y ecuaciones que describe en sus discursos –el jueves en el Congreso– son de su propiedad o construidos por el equipo de funcionarios que le teme y la adula.

Pero en demasiados momentos deja la sensación de no habitar el país que relata .

Ese desacople podría estar denunciando quizás una pérdida de sensibilidad . O también de la ausencia del hombre que tenía, en ese sentido, sensores más vivaces: Néstor Kirchner. Cristina se manifestó formalmente conmovida por la tragedia ferroviaria en Once. Pero en sus decisiones y en sus palabras sólo pareció responsabilizar a la fatalidad. Defendió ante el Congreso la estrepitosamente mala política ferroviaria del ciclo kirchnerista y sigue defendiendo, amparada en la espera del peritaje judicial del accidente anunciado, a sus socios, el grupo Cirigliano. Difícilmente las personas que utilizan los trenes y, en general, el sistema de transporte piense como ella.

Hay otro aspecto de sus apariciones públicas que podría sufrir mutaciones en la mirada popular. Su luto y su dolor fueron respetados siempre, sin fisuras y sin excepciones. En gran medida ese padecimiento, sabiamente administrado por ella, le desmalezó el camino para la reelección. Pero todo suele tener un tiempo.

No existe la eternidad, tampoco en la política . De cara a los trastornos precoces de su segundo mandato, Cristina pareciera apelar en exceso a aquel luto, aquel dolor y aquellas memorias. También, a invocaciones épicas que sonarían a destiempo. Lo hizo en el acto de Rosario, por el bicentenario de la Bandera, cuando rompió el silencio luego de la tragedia en Once. Lo reiteró con semblanteos y recuerdos al inaugurar las sesiones ordinarias del Congreso. ¿Hacía falta revelar la intimidad de cuando llevó un diario a la tumba de Kirchner que reprodujo un reportaje al ex dictador Jorge Videla? La Presidenta parece dispararse sobre sus talones: "Se puede hacer política y oposición con cualquier cosa, menos con la muerte" , pontificó al aludir al drama ferroviario.

¿Podrá tener esa conducta y su distanciamiento del colectivo social alguna consecuencia? Tal vez, un desgaste prematuro del exorbitante capital electoral y político. Una encuestadora que hizo buenos pronósticos desde el 2009 registra un descenso de 12 puntos en la imagen presidencial. Pero boyaría con comodidad aún por encima del 50%, sin que ningún líder de la pobre oposición le haga sombra.

El empecinamiento de Cristina con el problema ferroviario resulta sorprendente. Habló maravillas de los subsidios que, al menos en el caso del transporte, formaron playones de corrupción . Trató de restarle mérito a los informes de la Auditoría General de la Nación y sostuvo que ninguno de ellos previno la posibilidad de accidentes. Un día después de su negación, la AGN formalizó un informe lapidario sobre TBA. Existieron por lo menos dos (2008 y 2011) que advirtieron sobre la grave falta de mantenimiento de rieles y convoyes y la eventualidad de riesgo de vida. Mencionó inversiones atemporales registradas sólo en carpetas oficiales y exaltó la renovación de 624 km de vías. ¿En ocho años? Nada, para un tendido ferroviario obsoleto . Sostuvo que la situación pudo ser distinta si le hubieran permitido la construcción del tren bala, que pretendía unir Buenos Aires, Rosario y Córdoba. Aunque no explicó por qué. Se quejó de no haber realizado otras inversiones por la plata utilizada para saldar el corralito de la crisis. Metió peras con melones en un solo cajón.

Un anclaje político en el descontrolado sistema de transporte, tal vez, se lo permitió Macri. El jefe porteño pagará por su ingenuidad y su sentido inoportuno : aceptó con mansedumbre el traspaso del subte que le impuso el gobierno de Cristina; lo rechazó en rueda de prensa un día antes del maratónico mensaje presidencial. La Presidenta lo maltrató, se burló de él y hasta lo acusó de conspirador delante de un kirchnerismo que se colocó de pie para celebrarlo. El ruido y el relato, como siempre, ayudaron a esconder el retroceso. Cristina ordenó reponer por 30 días la seguridad de la Policía Federal en los subtes que Nilda Garré había retirado y que provocó el estallido de Macri.

Habrá que ver si el jefe porteño aprende las lecciones que le deja esta refriega. El kirchnerismo entiende la política en base a ladridos y cascotazos, nunca con un gesto amigable ni diálogo. Le infunden respeto aquellos que lo desafían con las mismas armas: es el caso, sobre todo, de Moyano. Como una derivación natural de ese estilo, será complicado para Macri o cualquier otro dirigente opositor edificar una alternativa sólo con la especulación o a la espera del desgaste natural del Gobierno . Será mucho más complicado para Macri, luego de que Cristina decidió ubicarlo como enemigo principal en el centro de la escena.

A la Presidenta ha comenzado a preocuparla otro conflicto más cercano. Fue ostensible la semana pasada, en Rosario y también en el Congreso, su desdén hacia Amado Boudou. Antes de que Cristina comenzara a hablar, sobrevolaron el recinto pequeños panfletos que rezaban: "Boudou miente" . Carecían de autoría. Pero la tuvieron: fueron impresos y distribuidos por un grupo de militantes que responden a Moreno . El supersecretario se solazó desde el palco. Su inquina contra el vicepresidente es la comidilla de este tiempo en el poder.

Boudou fue obligado por la Presidenta a abandonar el silencio –asistió a un programa ultraK de la televisión estatal– para negar cualquier relación con la empresa Ciccone Calcográfica, cuyo dueño sería un testaferro y amigo suyo. Esa empresa tenía un preacuerdo con la Casa de Moneda, cuya titular responde a Boudou, para la impresión de billetes moneda nacional por US$ 50 millones.

El vice dijo la obviedad de que se presentará a la Justicia en caso de ser citado. El fiscal Carlos Rívolo, a cargo de la investigación, sostiene que la causa debe seguir a cargo del juez Daniel Rafecas. Pero hay maquinaciones de Norberto Oyarbide para capturarla porque tiene una denuncia previa sobre el tema.

Cristina no resolvió todavía qué hacer. Su entorno está dividido : hay quienes creen que Oyarbide sería la probeta que esterilizaría el escándalo; otros prefieren que la causa siga y que con Boudou ocurra lo que tenga que ocurrir.

Oyarbide pareciera una suerte de distribuidora judicial. Da entrada y salida a las causas más variadas de corrupción que comprometerían al kirchnerismo. En ese tránsito intenso existen cruces peligrosos: activó el pedido suizo contra Moyano en una investigación sobre lavado de dinero, pero el líder camionero deslizó que tendría mucho para aportar sobre supuestos negociados de Boudou.

Hubo otros choques de Cristina con Boudou mantenidos bajo candado por la disputa con las petroleras. Días atrás pidió una colección de informes sobre Repsol-YPF porque estaba decidida – no sabía cómo– a avanzar sobre la empresa. Varios de ellos fueron acercados por el vice. Cuando los cotejó con otros, notó sustanciales diferencias sobre la inversión y distribución de ganancias empresarias. Como los datos más negativos eran los aportados por Boudou, la Presidenta lo llamó para hacerle preguntas. Ninguna respuesta le satisfizo.

"Sos un inútil", lo habría despachado. Luego vino la gestión del gobierno y la Corona española y el caso Repsol-YPF se enfrió.

Cristina timonea su gestión de ese modo. De allí el hermetismo y los bandazos. No hubo dudas, en cambio, cuando decidió empujar la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central, que derrumbará las últimas vallas para disponer del total de las reservas. Serán para cumplir con obligaciones externas. O para financiar un consumo interno que parece declinar y es siempre viga de su relato. Cristina, como Kirchner, sabe que no hay relato sin dinero.