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A París, sin escalas, desde la butaca

* Por Nora Lía Jabif. Ni falta que hizo cargar valijas o soportar plantones de aeropuerto. Sólo zambullirse en la butaca; y sí, París fue una fiesta, aunque la copia no le hizo honor.

njabif@lagaceta.com.ar

El "París a medianoche" de Woody Allen es el cuento de la Cenicienta que el director de "Manhattan" nos ha regalado este año; despliega ante nosotros la belleza de la ciudad Luz en verano, estallando en colores y en vitalidad; y nos devuelve de cabeza a esa magia de cajas de muñecas rusas que es el cine: y una siente, una vez más, que, al menos por 90 minutos, la frontera entre realidad y ficción se esfuma. Como antes con "La rosa púrpura del Cairo" (¡aquellos personajes que, escapados de la pantalla, alternaban con los espectadores, de butaca en butaca!) Allen, ahora de la mano de Owen Wilson, pega un salto en el tiempo, deja el siglo XXI y nos lleva al París de los años 20, para colarnos en una fiesta en la que un exultante Cole Porter canta "Amo París cada momento. Amo París porque mi amor está aquí", mientras Zelda y Scott Fitzgerald departen con Hemingway, con Dalí, con Picasso y con Gertrude Stein. En la sala de cine, en el invierno tucumano, entre pochoclos y cola, el público se reparte: los que han crecido amando el mundo de Hemingway y de Picasso comparten, cómplices, felices, cada diálogo de sus ídolos encarnados. Los demás se dejan llevar, igual de felices, por esa París deslumbrante que siempre es una fiesta.