A la familia, en su día
*Por Arnaldo Pérez Wat. El matrimonio –esto es, la unión conyugal tradicional– sigue siendo la forma más anhelada; sus aciertos e incoherencias ya han sido probados.
Como hemos dicho, la familia es el fundamento vital de todo lo humano. Es la fuente en la que se enciende la primera llama de vida en común.
No vamos a creer que la paz y el respeto reinan en todas ellas. A veces, como en cualquier parte del mundo, la ingratitud de unos frente al sacrificio del otro, la falta de justicia y de piedad, asoman tanto afuera como adentro. Pero anhelamos que la armonía y el orden que se cumplen en acendrados hogares se extiendan a todos.
Parece que el destino ha dispuesto que persistan casos en que el entorno y el medio social influyen tanto que se resiente la parte de adentro, aunque el padre haya formado una familia ejemplar con su paciente dedicación. En la Europa de las décadas de 1920 y 1930, los niños escucharon, en la mesa y de manera cotidiana, los lamentos de sus padres, que luego fueron reclutados y mandados al frente de combate.
Además de las guerras, también las ideologías atacaron los hogares. El nazismo exaltaba la familia como algo necesario para una sociedad, basándose en el "principio de la sangre". Pero sospechaba de ella como un posible refugio de impureza en la masa de la sociedad.
Por el otro bando, Carlos Marx y Federico Engels la emprendieron contra la familia, "hueca correlación entre padre e hijo", que se torna más inconveniente cuando, por acción de la industria moderna, puede romper los vínculos de camaradería entre los trabajadores.
Por su parte, Robert Owen llegó a considerar a la familia, la propiedad y la religión como medios satánicos de esclavizar a la humanidad.
Unos y otros. No obstante, y pese al ataque desde afuera, por fortuna la familia se recompone defendiendo, en primer lugar, la identidad del individuo –padre o hijo– que privará sobre la base del amor y la obediencia.
Es cierto que el matrimonio no es la única institución para la vida en pareja ni para la educación de los hijos. Ello no ocurre porque sí, sino que el ámbito doméstico recibe el impacto del exterior, donde se da toda una revolución técnica, técnica que, por ejemplo, permite la descendencia sin cohabitación en el seno del hogar.
En Francia, en 1970, una ley sustituyó la autoridad paterna por la autoridad paternal (mono o biparental). De allí se evolucionó (para otros, se involucionó) hasta llegar a la legalización de la unión de dos individuos, sea cual fuere su sexo u orientación sexual.
No se puede predecir el resultado de esas uniones y no se puede desvalorizar con anticipación, ni asegurar que serán tan eficaces como la familia común de cierta normalidad. Mientras tanto, el matrimonio –esto es, la unión conyugal tradicional– sigue siendo la forma más anhelada por la mayoría, porque sus aciertos e incoherencias ya han sido probados.
Es en esa familia en la que se enciende la primera chispa del lenguaje y la intelección, que permitirá la comunicación entre seres que marcharán unidos por el amor. Vendrán los primeros balbuceos; después, el diálogo en el que coincidirán los mismos intereses. Se gozará y se sufrirá con las alegrías y penas.
Pensando en ella es que se ha instituido el 15 de mayo de cada año el Día Internacional de la Familia, por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en septiembre de 1993.
Quizá se pensó en aquel hombre que, además de su rancho, edifica en una villa de emergencia una familia armoniosa. De seguro que él no cambiaría a sus seres queridos por los rascacielos ni la fortuna de Bill Gates, porque se siente el ser más rico del mundo.