A la espera de la demolición de las bodegas Giol
Una veintena de policías y una cuadrilla de obreros de la construcción hicieron vigilia esta madrugada en las recién desalojadas ex bodegas Giol, en el barrio porteño de Palermo, donde en las próximas horas comenzarán las tarea de demolición.
En la calle Godoy Cruz al 2000-2100, la noche transcurrió en absoluta calma y sin siquiera el ruido del tránsito, cortado por la policía entre Costa Rica y Soler, obligando al desvío de los colectivos 34 y 166.
La silenciosa quietud ofrecía un gran contraste con el bullicio de las protestas y las sirenas que ulularon en la tarde del jueves en una operación de desalojo acordado y resuelto sin violencia.
Sólo se escuchaba el rumor de un generador eléctrico que sostenía iluminado el espacio donde hasta ayer se hacinaban decenas familias pobres y desde mañana trabajarán las topadoras.
Cicatrices en el pavimento marcaban los puntos donde horas antes ardieron las fogatas del reclamo, ya extinguidas.
Viejos enseres domésticos y equipos de cartoneo abandonados indicaban que la historia del predio había dado vuelta una página.
El futuro se asomaba en tanto desde las manzanas contiguas, hacia Guatemala y Paraguay, donde ya se erigen los dos primeros edificios de seis plantas del Polo Científico y Tecnológico que construye el Gobierno Nacional y se trabaja día y noche en echar las bases de varios más.
A esa obra, adyacente a la avenida Juan B. Justo y las vías de la línea San Martín y próxima a la estación Palermo, serán incorporados los espacios intervenidos este jueves.
El plan, a cargo del Organismo Nacional de Bienes del Estado (Onabe), prevé instalar allí organismos públicos como el Conicet y la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica.
Aprovechando los troncos de los soberbios plátanos que pueblan una de las calles de mejor arbolado público de la ciudad, una cinta policial con la leyenda "precaución" puesta de cabeza a lo largo de 150 metros, marcaba la degradada zona en cuestión.
El paredón perforado por decenas de ventanas a tres metros de altura, algunas precariamente encortinadas, ofrecía las últimas oportunidades para descifrar los jeroglíficos multicolores con que lo adornaron decenas de muralistas urbanos de dispar habilidad.
La extensa pared exhibía también, aunque con dudosa eficacia publicitaria, los carteles de dos inmobiliarias con eslóganes muy parecidos: "Cuide su barrio" y "Cuidemos nuestro barrio".
Entre el muro y los árboles unas pocas baldosas supervivientes atestiguaban que alguna vez hubo allí una vereda.
En esa momentánea tierra de nadie, las últimas huellas de un éxodo apurado: un televisor antiguo, un cochecito de bebé, un changuito de supermercado, un lavarropas desvencijado, una cafetera, un colador de fideos enlozado, una bolsa con decenas de botellas, un carrito de cartonero a medio llenar.