A diez años de los atentados
A una década del ataque a Nueva York, el terrorismo fundamentalista aún es una amenaza de la que ningún país está exento.
Hace hoy diez años de aquel terrible instante en que el mundo entero de pronto enmudeció ante las imágenes que registraron el horror provocado por el aberrante atentado terrorista perpetrado contra las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Casi 3000 muertos civiles inocentes y más de 6000 heridos quedaron como saldo desgarrador.
Azorados ante los televisores, centenares de millones de personas en todo el mundo no podían creer lo que veían. Las mentes asesinas de 19 terroristas suicidas pertenecientes al movimiento terrorista Al-Qaeda concibieron y ejecutaron la acción terrorista, una de las más cruentas de toda la historia, que incluyó también un atentado al Pentágono.
Probablemente, pocos países puedan comprender mejor que el nuestro la salvaje enormidad del brutal atentado y el profundo dolor que provoca. La Argentina sufrió en tres oportunidades -1992, 1994 y 1995- tres masivos atentados. Los dos primeros, a la embajada de Israel y a la AMIA, se atribuyen al terrorismo internacional. En el de 1995, la explosión de la Fábrica Militar de Río Tercero, que destruyó parte de esa ciudad cordobesa y mató e hirió a civiles, no intervinieron agentes extranjeros, pero aún se encuentra impune, como los otros dos.
Es hora, ciertamente, de recordar a todas las víctimas del atentado del 11 de septiembre de 2001 y a sus deudos, y expresarles una vez más nuestra sincera solidaridad. Es hora, también, de recordar que el combate contra el terrorismo debe ser permanente, vigilante y conjunto.
Sin mecanismos adecuados de cooperación entre los Estados, que permitan un ágil intercambio de información, nuestras sociedades son vulnerables a la paranoia terrorista, que hasta ha cambiado nuestra forma de vivir.
Hay que recordar que jamás habrá justificativo ni razón legal, moral o religiosa alguna para los atentados terroristas. Mal que les pese a quienes, como Hebe de Bonafini en nuestro país, celebraron los ataques contra las Torres Gemelas. Ninguna acción violenta contra civiles inocentes puede aceptarse, condonarse ni tolerarse. Por ningún motivo. Porque así lo requieren la defensa de la dignidad de la persona humana y de la propia civilización.
Por eso, frente al terrorismo, no hay lugar para la indiferencia ni para la tolerancia. Tampoco, para la ineficiencia, la inoperancia o la desatención. Todos, sin excepciones de ninguna naturaleza, debemos estar siempre alertas para tratar de evitar que el accionar terrorista pueda generar nuevos atentados. El deber principal es del Estado, pero la sociedad no puede nunca bajar la guardia, puesto que la repetición de estos actos de violencia es, desgraciadamente, siempre una posibilidad.
Sin embargo, las acciones y reacciones contra el terrorismo, cabe recordar, deben desarrollarse siempre en el marco de la más completa legalidad, con el coraje y la dedicación que ello requiera. Nunca se debe caer en la tentación de emplear, a modo de represalia, los métodos de los terroristas. Es lo que ellos pretenden: que la sociedad desande siglos de lentos y paulatinos avances en el respeto de las libertades y la tolerancia hasta retroceder a la intolerancia y el fundamentalismo medieval, que es el medio intelectual, caracterizado por el fanatismo, en el que ellos viven.
El llamado general que hizo en su momento el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas al sancionar, pocos días después del atentado contra las Torres Gemelas, una resolución obligatoria para todos los Estados miembros mantiene toda su vigencia. Porque el terrorismo sigue siendo hoy una muy seria amenaza contra la paz y la seguridad internacionales, razón por la cual todos los Estados están obligados a cooperar en las distintas acciones destinadas a evitar que pueda cometer nuevos atentados.