Mi médico de cabecera cuando me vio llegar con la pata al hombro, con mirada ominosa, me mandó a yoga, dando a entender que mi próximo paso era la silla de ruedas.
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Espacio Wargon
De todos los caballeros que real o imaginariamente compartieron mi lecho, no hubo ni habrá ninguno parecido a Jacinto.
Los jóvenes publicistas que inventaron esa frase, seguramente adivinaron a tientas lo que se perdieron.
Llego a Córdoba después de muchos meses. Demasiados. Noto que mi familia se ha estirado hacia arriba.
Tiene algo de bestial e ingenuo, una mezcla que oscila entre lo mágico y la más evidente estafa que me derrite.
Quizás este sea el año que más deseos he recibido para el año nuevo judío. Contesté "gracias" con una sonrisa, pero cada vez se movió un ladrillito de mi frágil estructura religiosa.
Quien por oficio o vocación padezca de insomnio, quien además tenga cable y posea esa malsana adicción a ellos, es probable que pueda reconocerse en estas líneas hechas de puros retazos, de alucinación noctámbula.
Todo fue llegando silenciosamente entre aplausos, valga la paradoja, y yo fui una de las que aplaudió, porque venía envuelto en banderas luminosas: no discriminemos al diferente, aceptemos la diversidad de géneros y que tengan la posibilidad de casarse los homosexuales, cuidemos del lenguaje sus improntas machistas y hagamos, en síntesis, de este mundo un lugar más justo para todos.
Maquillarme, a esta altura de mis años, es una mezcla de orfebrería del medioevo, con chapa, masillado y pintura.
Según se sabe una depre la tiene cualquiera, sólo basta con vivir y acordarse, algún jueves por la tarde que una se va a morir y la pintura de uñas se hace un pegote antes de terminarse.