Tal vez, sólo tal vez, cuando se publique esta nota, esté en el Centro Adventista de Entre Ríos, intentando dejar de fumar.
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cristina wargon
Con mi hija que vive en Mendiolaza, nos hablamos casi diariamente. En general, son pequeñas charlas divertidas, con mínimas novedades de nuestras vidas que, aunque también mínimas, son intensas.
Pertenezco a la época de "la letra con sangre entra", pedagogía algo brutal pero que algunas cosas tenía de bueno: por ejemplo que en medio de mis naufragios de memoria todavía recuerdo la tabla del ocho. Conocimiento que ni antes, ni ahora me sirvió para un carajo.
¿Será cierto? ¿Encontraron a un hombre que se fue al espacio con extraterrestres?
Y en este título abarco a las madres "perfectas", a las esposas "solidarias", y hasta a veces consideradas ejemplares.
Medianoche. Volvía de un trabajo con un champagne y algo parecido a un kerosene encima (No es que trabaje de copera, las aclaraciones del caso las di en la nota anterior). Como me sentía mareada, me dije: "Ahora tenés que estar súper atenta porque podés hacer un lío".
En general, mi vida es tan previsible como la de Kant que, según cuenta la leyenda, sus vecinos ponían en hora los relojes al verlo pasar. Pero cuando se altera todo se convierte en una montaña rusa imposible de saber dónde va a parar.
Después de la trágica pérdida del I Phone, hecho el duelo correspondiente, me hice de un bicho parecido (no igual porque como en el tango "no habrá ninguno igual, no habrá ninguno").
Te dedico estas líneas para explicarte por qué no llegué a tu festejo, convocado a las 00.30 del sábado.
El entorno de la situación no podía ser peor: Por un lado el Abasto, siempre amenazante, hora: cinco de la mañana.