Quizás este sea el año que más deseos he recibido para el año nuevo judío. Contesté "gracias" con una sonrisa, pero cada vez se movió un ladrillito de mi frágil estructura religiosa.
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cristina wargon
Quien por oficio o vocación padezca de insomnio, quien además tenga cable y posea esa malsana adicción a ellos, es probable que pueda reconocerse en estas líneas hechas de puros retazos, de alucinación noctámbula.
Todo fue llegando silenciosamente entre aplausos, valga la paradoja, y yo fui una de las que aplaudió, porque venía envuelto en banderas luminosas: no discriminemos al diferente, aceptemos la diversidad de géneros y que tengan la posibilidad de casarse los homosexuales, cuidemos del lenguaje sus improntas machistas y hagamos, en síntesis, de este mundo un lugar más justo para todos.
Maquillarme, a esta altura de mis años, es una mezcla de orfebrería del medioevo, con chapa, masillado y pintura.
Según se sabe una depre la tiene cualquiera, sólo basta con vivir y acordarse, algún jueves por la tarde que una se va a morir y la pintura de uñas se hace un pegote antes de terminarse.
La vida, siempre tan desconcertante, parecería que tiene guardado para mí especiales delirios.
Suena el teléfono y es la inconfundible voz de Marcela, la antropóloga que andaba con el ingeniero agrónomo de Chañar Ladeado, donde se hace el Festival del Chancho.
O las cosas que hay que hacer para que te abrace un moreno.
"Los mejores amigos de las chicas son los diamantes", cantaba Marilyn allá por los cincuenta. Este tema ha quedado como un baldón de la decadencia femeninas en estas épocas aciagas, porque, amiga mía, dígame la verdad ¿alguna vez en su puta vida le regalaron un diamante?
La extrema frivolidad de los lectores, lejos de apreciar las enjundiosas columnas que he escrito, criticando desde la sociedad de las máquinas hasta las entrañas de la política, se han quedado fijados a "¿Qué pasó con el iraní en Paris", que fue una referencia absolutamente menor en alguna de las otras columnas.